jueves, marzo 14, 2013

Juan Sánchez, dramaturgo, alma de La Zaranda | Cultura | EL PAÍS

Juan Sánchez, dramaturgo, alma de La Zaranda | Cultura | EL PAÍS
uan Sánchez, 'Juan de La Zaranda', dramaturgo. / DIARIO DE CÁDIZ


La Zaranda (premio Nacional de Teatro 2010) es un grupo mítico en Latinoamérica y una formación de culto, ritual y poética para las gentes de la escena europea. Su trayectoria e historia no hubieran sido las mismas sin Juan de la Zaranda, seudónimo que siempre utilizó Juan Sánchez desde que fundara este grupo en 1978 con los que siempre llamó sus hermanos, alguno incluso de sangre: Paco de la Zaranda, Eusebio Calonge, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos.
Todos ellos también eligieron como nombre Teatro Inestable de Andalucía La Baja, dejando claro de esa manera su nomadismo y su precariedad, y todos ellos velaron ayer el cuerpo de Juan en el tanatorio de Jerez de la Frontera (Cádiz). Ciudad en la que todos nacieron y crecieron, en la que Juan nació en 1954 en la calle Juan Sánchez, en la que falleció el martes a las cuatro y media de la madrugada (hora a la que tantas veces se retiraba) y en la que será incinerado hoy a las once de la mañana. Preguntado su hermano Paco sobre la causa de la muerte, contestaba con apenas un hilo de voz, al más puro estilo zarandiano: “¿La causa de la muerte? Pues la vida. Estaba mal”.
En una pequeña autobiografía de Juan escrita con su seudónimo de escribidor, el dramaturgo afirmaba: “Grito claramente la esencialidad de mi obra con el Teatro de la Zaranda, con los que escribo: Los tinglaos de María Castaña (1982), Ojú, ojú, ojú (1983), Mariameneo, Mariameneo (1985) y Vinagre de Jerez, subtitulada Estudio dramático para una seguiriya (1987)”. Con esta última obra, La Zaranda hizo gira por medio mundo consiguiendo, más que espectadores fieles, auténticos feligreses de un culto escénico que nadie pudo ni supo imitar sobre un escenario y cuyo relevo tomó con pulso firme Eusebio Calonge, autor de La Zaranda y un trasunto contemporáneo de Valle-Inclán (con el que guarda un asombroso parecido físico… y mental), investido con el aliento poético de Juan Sánchez desde que el dramaturgo fallecido ayer iniciara su silenciosa retirada. Poco antes de emprenderla, escribió: “No sé lo que busco. ¿Una verónica de Rafael de Paula, un verso de Antonio Machado, un cante por bajito del Monea? Los nombro con prudencia, me desdigo, me repito, avanzo y retrocedo. Tal vez el intento de devolver al teatro ese eco de seguiriya que la historia me prestó”.
Desde esos primeros cuatro espectáculos marcados, ya para siempre y hasta ahora, por la poética de Sánchez, el sello de los zarandos, como les llaman en la profesión teatral, es convertir su teatro en un rito, no en una forma de hablar sino de actuar: “El origen del teatro es anterior a la escritura y el hablar se convierte en una acción, y esta acción no es propia sino revelada (...) porque en el teatro, como en la vida, nuestras obsesiones fundamentales: el amor, la muerte... van más allá de lo cotidiano, ocupan también nuestros sueños”.
Para un grupo como La Zaranda, el texto es una semilla que el autor deja caer en los personajes, y la mayoría de las veces, “los actores destrozamos esa semilla, tiene que morir para que salga algo vivo entre nosotros; los personajes que crea la compañía, que han creado Juan y Eusebio, habitan en la conciencia del espectador y el actor busca un recuerdo imborrable en la memoria del público. Si conseguimos eso significará que el misterio oculto en la obra habrá aflorado”, afirmaba no hace mucho Paco de la Zaranda refiriéndose al teatro escrito para ellos por Calonge y el dramaturgo ahora desaparecido, que siempre buscaba con su escritura descubrir lo más íntimo y silencioso que habita en la soledad del ser humano y para ello siempre renunció a la chabacanería, a lo fácil, al pelotazo, a la cacharrería intelectual y al andalucismo barato. Quien ha visto alguna vez en un escenario a La Zaranda sabe que lo que este grupo ofrece es algo más que teatro y que su poética, sus mundos apocalípticos, su estética y su ética de perdedores y, sobre todo, su ritual mirada lúcida, cruenta, tierna y existencialista tiene su origen claro y diáfano en la escritura dramática de Juan Sánchez, amigo íntimo de artistas flamencos como Ana y Manuel Parrilla, Diego Rubichi y Manuel Morao (y su compañía de Gitanos de Jerez), con quienes trabajó y para la que creó el espectáculo Tierra cantaora. Otros de sus trabajos fueron La vida es así y solo Dios, que la ha hecho, sabrá el porqué y en 1992 Antígona Monge, un estudio flamenco sobre la obra de Sófocles, Sur-Hondo (cuatro estaciones para el baile) o Pregón Mascandé.

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