jueves, diciembre 11, 2014

Estudiar en China con una beca de estudios del Instituto Confucio

Estudiar en China con una beca de estudios del Instituto Confucio







becas instituto confucio



En la entrevista de hoy hablamos con Chiara Romano, de 22 años, quien desde el pasado agosto se encuentra en Qinhuangdao, donde estudia chino gracias a una beca de estudios del Instituto Confucio.

Cómo solicitar y obtener la beca de estudios

Chiara, ¿cuáles son los requisitos mínimos para conseguir una beca de estudios del Instituto Confucio? 
¡Hola Furio! Conseguir una beca de estudios del Instituto Confucio (en realidad promovida desde Hanban, la “casa madre” de los Institutos Confucio en el mundo) no es difícil. En primer lugar hay que escoger el tipo de experiencia que se quiere vivir: las becas disponibles son diferentes, varían con periodos de estudio de 6 meses a un año, y también pueden ser becas para diplomarse o licenciarse en China, o  becas de estudio para enseñar chino. ¡Como ves, hay muchas posibilidades! Para solicitar cualquiera de estas becas de estudios es necesario tener entre 16 y 35 años y pasar el examen HSK (Hanyu Shuiping Kaoshi, Test de Conocimiento de la Lengua China para Extranjeros) y el HSKK (parecido al anterior, con la diferencia que no hace falta saber escribir los caracteres chinos).
Para cada tipo de beca se exigen niveles diferentes de conocimiento del idioma, pero para la beca anual, como la que he conseguido yo, es necesario superar como mínimo el examen HSK3 con al menos 180 puntos y el examen HSKK成绩 (es decir, el nivel elemental) con al menos 60 puntos.
¿Cuál es el procedimiento y las convocatorias para pedir la beca de estudios?
Para solicitar la beca de estudios sólo hay que inscribirse al sitio Confucius Institute Scholarship y rellenar el módulo con los datos personales. Además, es necesario adjuntar una cantidad importante de documentos:
  • Una foto en formato carné;
  • Fotocopia del pasaporte;
  • Un ensayo ‘corto’ con un mínimo de 800 caracteres chinos con los motivos para la solicitud de la beca de estudios;
  • Fotocopia de los resultados de los exámenes HSK y HSKK;
  • Fotocopia del diploma de los estudios de mayor nivel que se posea;
  • Fotocopia de dos cartas de presentación, escritas en inglés o chino, de algún profesor de chino  (creo que se pueden pedir directamente en el Instituto Confucio de pertenencia);
  • Tu firma.
En esta solicitud hay que indicar además dos universidades a las que se querría acceder, seleccionándolas en la lista que ofrece el propio sitio web.
La convocatoria para becas de estudios se cierra sobre la primera semana de mayo (en 2014, por ejemplo, el cierre fue el 10 de mayo; regido por la zona horaria de Beijing).
universidad qinhuangdaoLa entrada de Yanshan University
¿Cuándo se dan a conocer los resultados y cuando se parte hacia China? 
Entre el cierre de la convocatoria y la presentación de los resultados pasa al menos un mes: en 2014 el cierre de la convocatoria estaba fijado para el 10 de mayo y la presentación de los resultados para el 16 de junio. Personalmente, fue el mes más largo de toda mi vida, por un lado tenía los nervios por la posibilidad de no ser aceptada en la universidad y por el otro los nervios por terminar los exámenes en la universidad italiana para licenciarme a tiempo y partir hacia China sin preocupaciones. Mi sueño se cumplía el 24 de junio: un e-mail de 燕山大学 (Yanshan University) en Qinhuangdao, una ciudad portuaria a 300 kilómetros de Beijing, me avisaba de que habían aceptado mi solicitud.
Desde ese momento ha ido todo tan deprisa, que si me pongo a pensarlo, me parece imposible que haya conseguido hacerlo todo: como aquí en China las clases en los colegios y en la universidad empiezan a principios de septiembre, tenía que tener listos todos los documentos antes de que terminara agosto. Algunos de los documentos estaban ya adjuntados en el email de la universidad, y tenía 10 días para rellenarlos y reenviarlos siempre a través del email:  el módulo de inscripción a la universidad, un documento que tenía que firmar el médico afirmando que no padezco decenas de enfermedades (como psicosis, VIH, sífilis o adicción a las drogas, todo documentado con análisis de sangre, de orina, así como ECG y radiografía de tórax) y un formulario donde se pide la experiencia de estudios y de trabajo (una especie de currículo, por así decirlo). Sólo con estos documentos la universidad podrá después enviar la carta de invitación (en papel) que se requiere para obtener el visado.
¿A cuánto asciende la beca de estudios del Instituto Confucio? Además de la beca en dinero,  ¿qué otros privilegios da la beca?
La beca varía según el tipo que se haya solicitado: la anual te da 1,400 Yuan al mes y te la ingresan exclusivamente en una cuenta bancaria china (todavía me atormenta el recuerdo de esas DOS mañanas que pasé en el banco rodeada de chinos curiosos). Además, para el primer mes, la universidad (o por lo menos mi universidad) proporciona 600 Yuan para el seguro médico y  1,500 Yuan para los gastos iniciales. Aquí encontráis el cambio actual Yuan/Euro (hoy mientras escribo el cambio es de 10 Yuan = 1.3 Euro).
¿Esta beca es suficiente para vivir en una ciudad como Qinhuangdao?
estudiar chino en qinhuangdao
Creo que este tipo de beca es muy conveniente, ya que cubre casi todo: la cuota de la universidad, el alojamiento y los libros.  El billete del avión no está incluido, así como tampoco la comida.
Dicho esto, la beca es suficiente para vivir en el campus; además del comedor (donde se puede comer en abundancia por menos de un euro) en el campus hay supermercados de diverso tamaño donde se puede comprar de todo; obviamente productos chinos.
Si en cambio se quiere comer comida importada, la beca podría no ser suficiente, pero ayuda: desde que he descubierto la existencia de 家乐福 (Jialefu, es decir, Carrefour), gasto gran parte de la beca en pasta, salsas, queso y galletas (¡santa Barilla y Mulino Bianco!).
¿Eres tu quién elige la universidad china a la que irás a estudiar o el Instituto? 
El punto positivo de la beca de estudios Confucio, en mi opinión, es justo la opción de elección que da al solicitante. ¡En el sitio Confucius Institute Scholarship hay una lista de nada menos que 142 universidades distribuidas en toda China entre las que elegir!. Hay incluso destinos a Hainan, a Mongolia Interior o a XinjiangAquí encontráis la lista completa.
Tomar una decisión, de hecho, ha sido bastante difícil. Sabía que Pekín y Shanghai estarían llenas de extranjeros y que probablemente habría hablado poco chino, así qué las eliminé a priori (pero en retrospectiva, ¡no dejaría escapar Shanghai!). Después de mirar los sitios de varias universidades me decidí por Yanshan University en Qinhuangdao, como primera opción, y por una universidad en Guizhou.
Elegí Yanshan University principalmente por dos motivos. El primero porque es una ciudad de tamaño medio (para los estándares chinos obviamente: para mí, que soy de Foggia, ¡es enorme!) donde seguramente no me encontraría con muchos extranjeros; segundo, porque está bastante cerca de Pekín (sólo dos horas en tren) y por lo tanto cercana a un centro de transportes importante. ¡Esto es fundamental para mi, ya que este año me gustaría visitar lo más posible de China!

viaje a shanghaiChiara en Shanghai

Mudarse a Cina

Además de la beca de estudios, ¿qué otra ayuda te da Hanban (es decir, la casa madre de los Institutos Confucio repartidos por el mundo)?
En lo que se refiere a la solicitud, los documentos y los contactos con la universidad preseleccionada, todo depende del solicitante de la beca: sin embargo el Instituto Confucio de Macerata, al que yo he acudido ya que estudiaba allí, me ha dado toda su disponibilidad para cualquier explicación o traducción.
En abril del 2014 este Instituto organizó una reunión para los solicitantes de la beca para explicar detalladamente las diversas características de las becas y para darnos consejos sobre que era mejor hacer, las convocatorias, etcétera.
¿Qué te tipo de visado has conseguido? ¿Has tenido problemas? 
Cuando la universidad me envió la carta de invitación, especificaba en la misma que el visado a solicitar era el tipo X1. Personalmente para solicitar el visado he preferido dirigirme a una agencia de viajes, que ha enviado mi pasaporte, la carta de invitación y un documento con mis datos a la oficina de visados. ¡Tras dos semanas tenía todos los documentos en regla para poder partir!
Sin embargo, un mes después de mi llegada a China tuve que ir a la policía para convertir mi visado en un permiso de residencia temporal, procedimiento que duró más o menos dos semanas. No he tenido grandes problemas, a parte del hecho de que en la policía se olvidaron de darme una hoja “sustitutiva” del pasaporte que confirma que mi pasaporte está en la policía por la conversión del visado. Por suerte que mi compañera de piso, que estudia en China desde hace 3 años, me sugirió volver y solicitarlo, sino me habría ido de vacaciones en la Semana de Oro tranquilamente sin pasaporte…
Y no habrías durado mucho, ¡ya que sin pasaporte no te dejen ni siquiera subir al tren! ¿Qué consejo darías a alguien que está a punto de mudarse a China con una beca de estudios?Instituto Confucio
Tener la posibilidad de estudiar en China es sin duda una oportunidad que no se debe dejar escapar y la beca de estudios proporciona beneficios que lo hacen sin duda cómodo. En resumen, aconsejo venir sin pensarlo demasiado, sin demasiadas preocupaciones o miedos. Es verdad que no se está yendo a diez minutos de casa y que nadie dice que será un paseo, pero si se está verdaderamente seguro de querer realizar esta experiencia para descubrir “la verdadera China”, la beca de estudios es sin duda una alternativa que hay que considerar.
¿Dónde vives? 
La beca da alojamiento en el campus de la universidad: en estos momentos vivo en el edificio de los 留学生 (liuxueshang, estudiantes extranjeros). Aquí somos todos extranjeros, provenientes de todas partes del mundo: algunos con la beca de estudios Confucio, otros con becas del Gobierno y hay quién ha venido sin becas. Me gusta mucho vivir aquí porque cada día se aprende algo de una cultura diferente.
Entre otras cosas puedo decir tranquilamente que vivimos a todo lujo, considerando las condiciones de las residencias chinas; sobretodo, nosotros estamos dos en cada habitación mientras en los chinos duermen seis en una sola habitación (y las dimensiones de las habitaciones son las mismas); además, nosotros tenemos el baño dentro de la habitación, en cada piso, mientras que ellos tienen que ir a lavarse a los baños públicos. ¡Que mientras sea verano no pasa nada, pero ahora con este frío me parece una verdadera tortura!
Nosotros 老外 (laowai, diablos blancos) tenemos también una cocina equipada con fuegos y horno; mientras que ellos no tienen la posibilidad de cocinar y la última cosa, mientras nosotros podemos tener las luces encendidas incluso toda la noche, en las habitaciones chinas se apagan automáticamente todas las luces a las once y media. ¡Es absurdo!
Lo único que tenemos en común con los estudiantes chinos es el toque de queda: tenemos que estar absolutamente todos en la habitación a las once y media de la noche, cerrando la puerta del dormitorio. Para nosotros los extranjeros, que estamos acostumbrados a otro tipo de vida, es bastante duro. “Afortunadamente” en Qinhuangdao no hay mucho que hacer, por lo que las pocas veces que llegamos más tarde de las once y media saltamos el muro o despertamos al portero para que nos abre a regañadientes y gritándonos en chino.
Estas escenas me recuerdan a mi estancia en Beiwai, la universidad en Beijing donde estudiadé durante seis meses en 2010. Hay que decir que allí están más emancipados y que los porteros no te siguen mientras te gritan…como mucho se encienden otro cigarro y escupen al suelo como símbolo de desprecio. O de aprecio…¿quién sabe?

Estudiar chino en el Instituto ConfucioQinhuangdao

Estudiar mandarín en China

¿Cuántos estudiantes hay en tu clase? ¿De qué nacionalidad son?
Todos los estudiantes que están aquí para estudiar chino han estado divididos en cinco clases según los resultados del examen HSK y (creo) en base a los documentos que han facilitado sobre los estudios y experiencia con la lengua china. Yo estoy en la clase  中一, es decir, el nivel intermedio. En clase somos más o menos quince: algunos tienen una beca Confucio, otros una del gobierno chino. Hay muchos rusos, algunos coreanos, un inglés… y yo, ¡la única italiana en toda la universidad!.
Al principio esto me daba miedo, ya que veía al resto que hablaban es su propio idioma con los demás compañeros. Después me di cuenta que el hecho de ser la única italiana era una cosa positiva: como es de imaginar, sólo hablo italiano con mi familia y amigos en Italia,¡mientras aquí me comunico sólo en chino y en inglés!
Azz… estudiar chino es una clase llena de rusas es uno de mis suelos eróticos, que por desgracia nunca se ha cumplido. Pero volvamos al tema… ¿nos puedes describir cómo es tu día a día? ¿Qué hacéis en clase?
Tenemos clase de lunes a viernes y de  8.00 a 12.00, y dos clases por la tarde desde las 14.00 a las 15.45. Para cada materia hacemos siempre dos horas de clase. Los estudiantes de nivel intermedio tienen que seguir lecciones de gramática, conversación, escucha, cultura (¡mi preferida!), comprensión de texto y chino (es decir, leemos textos, aprendemos vocabulario, hacemos ejercicios). Todas las clases se hacen exclusivamente en chino.
A veces es difícil seguirlas debido al tema o porque el profesor habla demasiado deprisa, pero casi siempre consigo entender lo que dicen. Además de las clases de cultura, también me gusta mucho la de conversación: la profesora nos pone por parejas y tenemos que replicar una situación similar a la que hemos leído en la clase de ese día. Es útil porque practicamos el chino, pero también divertido porque a menudo con mi compañera hablamos de nuestras cosas en chino, ¡desviándonos completamente de la lección!
¿Te parece que el método de estudio sea diferente del italiano? 
El método que se utiliza es bastante diferente del italiano, pero no siempre significa que sea mejor. Que la clase sea sólo en chino es una cosa positiva, pero a menudo algunos temas son difíciles de entender aunque se expliquen diversas veces y con registros linguísticos diferentes, porque nuestro conocimiento de las palabras es todavía muy limitado. Por suerte la mayor parte de las veces conseguimos entendernos, utilizando pocas veces el inglés y los gestos en casos límite.
En Italia empecé a estudiar chino con el objetivo de convertirme en interprete, por lo que las clases se concentraban en la gramática y en la traducción.
Aquí intentan enseñar chino centrándose en el aprendizaje de nuevas palabras y expresiones idiomáticas, pero en mi opinión habría que aumentar los momentos de conversación y disminuir los de sola lectura o de explicación de las palabras. De hecho con algunas de mis compañeras de curso nos hemos puesto en contacto con chicos chinos que estudian aquí y a menudo nos encontramos un par de horas para ayudarles con su inglés y para mejorar nuestro chino charlando de esto y aquello.
OK, ¡me parece que en general te las estás arreglando mejor que Sborto!

Vivir en China

Tres cosas que te han sorprendido de China 
Antes de venir aquí me documenté bien leyendo a fondo Sapore di Cina: me acuerdo que cuando leí  “Razones para odiar China” me reí un buen rato diciendo “¡Vega ya! ¡Qué exageración!.
Así que: Chiara 0, China 1. Lo primero que me sorprendió de China es que todo lo que se dice en estos artículos ¡es VERDAD!.
Otra cosa que me sorprendió es que China es mucho más grande de lo que me imaginaba. Y no me refiero solamente a que es un país enorme o cosas del estilo, quiero decir que es grande también en las “pequeñas cosas”. Por ejemplo: para ir desde mi dormitorio a la entrada principal de la universidad se necesitan quince minutos de autobús (eso si no tienes que hacer fila durante media hora en medio del frío y las heladas), y si quieres ir al centro se tarda una hora. ¡Para mi que estaba acostumbrada a estar a diez minutos andando de todo es una gran diferencia!
Y en tercer lugar: en China (casi todos) están dispuestos a ayudarte. Si tengo un problema, sólo tengo que decirselo a alguien y enseguida obtengo una respuesta más o menos precisa. ¡Con suerte, puedo incluso encontrar a alguien que chapurree el inglés sin avergonzarse!
Tu plato chino preferido.  
Sin ninguna duda los 猪肉饺子 (zhurou jiaozi, raviolis con carne de cerdo). Aprendí a amarlos en Italia y fueron la primera cosa que comí al llegar a China la misma noche de mi llegada. ¡Hay un vínculo afectivo entre nosotros!
¿Crees que podrías quedarte en Qinhuangdao para una experiencia laboral a largo plazo?
Qinhuangdao no me gusta mucho como ciudad, pero si me ofrecieran un buen trabajo como traductora, quizás, pero en una ciudad más grande y más animada como Shanghai (¿se nota que me he enamorado?) creo que aceptaría sin pensármelo mucho.
Chiara, ¡gracias por esta fantástica entrevista y te deseamos que todo continúe genial en China!
[Photo Credits (Creative Commons License): www.flickr.com/photos/kycheng/]

jueves, octubre 23, 2014

El viaje de Brittany Maynard hacia una muerte digna

herenciageneticayenfermedad: El viaje de Brittany Maynard hacia una muerte digna | Internacional | EL PAÍS



Una mujer de California llamada Brittany Maynard va a morir el próximo 1 de noviembre a los 29 años de edad. Así lo ha decidido ella misma, tras conocer a principios de este año que tiene un cáncer incurable en el cerebro. Antes quería tener hijos. Ahora su único proyecto es llegar en buen estado a celebrar el cumpleaños de su marido, a finales de este mes. Si puede, viajará a ver el Gran Cañón. Después, en su dormitorio y rodeada de su familia, se quitará la vida bajo supervisión médica. Todo esto lo ha contado en televisión y en un vídeo viral a una audiencia boquiabierta.
Para poder morir con sus propias reglas, sin padecer los cuidados paliativos del cáncer hasta el final, ha tenido que mudarse de Oakland, en California, a Portland, en el estado vecino de Oregón, donde existe una ley de muerte digna. Allí, un médico puede prescribir los medicamentos necesarios para poner fin a su vida sin sufrimiento. El caso empezó a circular cuando Maynard accedió a participar en una campaña para promover este tipo de leyes en todos los estados, y el vídeo en el que explica su decisión ha despertado el debate de costa a costa.
Brittany Maynard se casó el año pasado y planeaba tener hijos pronto. Pero unos extraños y fuertes dolores de cabeza le estaban haciendo la vida imposible. El diagnóstico llegó el 1 de enero de este año. Tiene un tumor llamado gliobastoma multiforme, la forma más agresiva de cáncer en el cerebro. Los médicos dudan que pueda vivir un año más. Todo su proyecto de vida ha desaparecido. “Inmediatamente detuve todos mis planes. No puedo traer un niño al mundo sabiendo que no va a tener madre”, decía en una entrevista en NBC el pasado jueves. El tratamiento que ha recibido en este tiempo ha deformado su cara y apenas se reconoce en ella a la mujer de las fotos de boda que inundan la Red.
Moriré en casa, en la cama que comparto con mi marido y me marcharé en paz, con la música que me gusta sonando de fondo
En la web de la organización Compassion&Choices, la más importante de EE UU en la defensa del derecho a la muerte digna, recibe al visitante un formulario para enviar su apoyo a Maynard y decirle si te ha conmovido su historia. “No inicié esta campaña porque quisiera publicidad; de hecho, para mi es difícil de procesar. Lo hice porque quiero un mundo donde todos tengan acceso a una muerte digna, como yo. Mi viaje es más fácil gracias a esta decisión”.
En el vídeo de la campaña, Maynard muestra los medicamentos con los que piensa acabar con su vida. Los lleva en el bolso "para cuando los necesite". Y relata con aplomo cómo ha planificado el momento de su muerte. "Espero estar rodeada por mi familia: mi marido, mi madre, mi padrastro y mi mejor amiga, que es médico. Moriré en casa, en la cama que comparto con mi marido y me marcharé en paz, con la música que me gusta sonando de fondo".
Compassion&Choices y Brittany Maynard están intentando que el caso sirva de punta de lanza para extender por EE UU leyes de muerte digna que, por ahora, solo existen en Oregón, Washington, Montana, Nuevo México y Vermont. La familia de Maynard ha hecho un importante esfuerzo para poder cumplir su deseo, comoexplica ella en un artículo en CNN. "Instalarme en Oregón para poder hacer uso de la ley exigió cambios monumentales. Tuve que encontrar nuevos médicos, establecer mi residencia en Portland, buscar una casa, sacarme un carnet de conducir nuevo, cambiar mi registro de votación, buscar quién se hiciera cargo de mis mascotas, y mi marido Dan tuvo que tomar una excedencia de su trabajo. La gran mayoría de las familias no tienen la flexibilidad, los recursos y el tiempo para hacer estos cambios".
Las encuestas muestran un amplio apoyo al suicidio asistido, pero dependiendo de cómo se plantee
El suicidio asistido es un debate que está lejos de ser central en EE UU, pero cuando a los estadounidenses se les pregunta directamente, parecen estar a favor de la elección personal. Una encuesta de Gallup publicada el año pasado revela un amplio apoyo al suicidio asistido, aunque la propia empresa de encuestas advertía de que depende de cómo se presente al público. Si se presenta como "acabar con la vida del paciente por medios no dolorosos", el 70% está a favor. Pero si se pregunta por "ayudar al paciente a suicidarse", la cifra baja al 51%, aunque se esté hablando de lo mismo. Otra reciente encuesta de Pew Research Center revela un apoyo del 66% a la idea de que hay circunstancias en las que a un paciente se le debe permitir morir.
En Oregón el año pasado 122 personas recibieron los medicamentos para acabar con su vida dentro de la ley de suicidio asistido y 71 de ellas los utilizaron, según datos oficiales. El 97% de ellos murieron en su casa. Las cifras se han multipicado por cinco desde que la ley se puso en marcha en 1997. Las tres causas más citadas para pedir los medicamentos de muerte digna, según su definición oficial, son pérdida de autonomía; pérdida de capacidad para participar en actividades que permiten disfrutar de la vida; y pérdida de dignidad.
En el vecino estado de Washington (noroeste), el año pasado murieron 173 personas legalmente asistidas por médicos. El 77% de ellas tenían cáncer, según los datos oficiales.
La revista The Economist ha aprovechado el tema para retomar su apoyo al derecho a la muerte digna. "El efecto más importante del derecho a morir es restituir cierta sensación de control cuando se enfrenta una incertidumbre dolorosa, costosa y a menudo trágica", decía en un artículo sobre Maynard esta semana.
En una entrevista emitida en CBS el pasado día 15, Maynard volvía a emocionar a la audiencia, que espera el desenlace en apenas diez días: “Todo el mundo está haciendo un gran esfuerzo para que yo no sufra. Y yo tampoco quiero que ellos sufran, porque verme morir durante mucho tiempo en un hospital sería demoledor, no solo para mi sino para todos”.

domingo, septiembre 28, 2014

Poemas y música vuelta y vuelta (Aldo y Tranche)

Poemas y música vuelta y vuelta - Cultura - Diario de León



El pintor Esteban Tranche y el poeta Aldo Sanz en la exposición del CLA. - cuevas

marcelino cuevas | león 22/12/2012
Aldo Sanz es un poeta subterráneo, no porque camine bajo las aguas o la tierra, sino porque lleva sus versos muy escondidos, celosamente guardados tras su apariencia bohemia. Hombre de sonrisa bonachona y larga melena gris, transita por la vida en cálido silencio, cocinando sus emociones a fuego lento y poniendo en ellas un corazón que palpita sobre la plancha ardiente de la vida para que el poeta, que a veces porta con desenvoltura un misterioso gorro negro, los pase ligeramente por la literatura…. vuelta y vuelta.
Un libro tan sencillo como intenso recoge los versos en los que Aldo Sanz ha querido resumir sus vivencias infantiles. «La gran cruz -comenta- que todo lo ordenaba, el recuerdo a la iglesia omnipresente en aquellos años, la vieja mesa de lectura, la cacha de mi padre, la ceranda y la paca de hierba del trabajo en el campo… y muchos ojos, ojos vigilantes, ojos críticos, ojos acechantes, las mil miradas ante las que el niño tenía que encerrarse en sí mismo». Todos estos elementos figuran en una inspirada instalación que llena una de las cuatro salas que el CLA (palacete de Independencia) ha dedicado a esta exposición. Y dentro de ella Aldo propone una performancesonora titulada Círculos. Utiliza el espacio como elemento contenedor donde se ordenan con la máxima sutileza y mimo el conjunto de componentes objetuales y textuales que la dotan de una intensa carga poética y de rememoración familiar.
En otras dos salas las paredes se cubren con los versos del poeta, escritos con florida caligrafía y quizá auténtica pluma de ave. Y a su lado, el monumento plástico de quien le acompaña en este viaje, Esteban Tranche. Mientras Aldo ha querido sumergir su Mano en río, en la corriente de agua de la existencia, que nunca vuelve atrás, Tranche habla en sus pinturas de un paseo Entre sombras de luna. «El trabajo importante es el de mi amigo Aldo. Yo, simplemente le acompaño con mis pinturas, inspiradas en sus versos. Hacemos así un viaje en cierta forma unidos pero transitando siempre por sendas paralelas», afirma el pintor.
Austeridad cromática
«Esteban Tranche -explica Luis García, comisario de la muestra- e tomó como punto de referencia y reflexión los poemas de Aldo Sanz, para germinar todo un amplio mundo sugerente de imágenes que entroncan con su última etapa pictórica, pero en esta ocasión, desde la máxima austeridad cromática que transita entre territorios de gran sutileza que van del blanco al negro. La alegoría del fluir lento y acompasado de las líneas que se entrecruzan sobre un espacio denso y atmosférico, en el cual el efecto de trasluz se convierte en protagonista en gran parte de las ocasiones, dota a las composiciones de un sentido intensamente poético y oriental. Hecho que parece contraponerse en cierto modo al sentido estrictamente constructivo, pétreo, frío, austero, pero substancialmente humano y vital de los poemas de Aldo».
En la cuarta sala dedicada a la muestra, se presenta una vídeo proyección, editada y producida por Vicente García, en la cual varios artistas y personajes próximos al poeta interpretan algunos poemas del libro: Antonio Gamoneda, Esteban Tranche, Castorina, Herminia de Lucas, Juan Rafael Álvarez, Eloísa Otero, Ana García, Karlos Viuda, Ángel Abajo, Román Zotes Trapiello, Tomás, Sánchez Santiago, Ildefonso Rodríguez, Isabel Lucio Villegas, María José Álvarez, Víctor M. Díez, Guadalupe, Amancio González, Alba N. Bulnes y Joaquín Pérez Oter

miércoles, septiembre 17, 2014

SOBRE LA PAZ Y LA VIOLENCIA

SOBRE LA PAZ Y LA VIOLENCIA



MARTIN LUTHER KING 2
Se ha escrito mucho sobre las penurias materiales causadas por las políticas de austeridad (desempleados sin prestaciones, niños malnutridos, familias desahuciadas, suicidios, represión judicial y policial), pero no se ha hablado de los daños morales. En las últimas décadas, la sociedad española había desterrado la violencia como medio para realizar objetivos políticos, acostumbrándose a convivir sin estridencias y rechazando la tendencia a deshumanizar al adversario. Solo el conflicto vasco continuaba produciendo un dolor absurdo, inmoral e innecesario, pues el tiempo ha demostrado que el anhelo independentista puede encauzarse por vías exclusivamente pacíficas y democráticas. Al mismo tiempo que la izquierda abertzale renunciaba a la violencia, la sociedad española empezaba a fantasear con una guerrilla urbana capaz de combatir los abusos del neoliberalismo. Solo era una fantasía, pero las letras de raperos incendiarios celebrando el piolet de Ramón Mercader evidenciaban un creciente desprecio por la vida humana. Es evidente que no se puede condenar la violencia en términos absolutos, pues en los casos de una injusticia estructural que institucionaliza la violación de los derechos humanos, no cabe otra opción que enfrentarse al poder por cualquier medio. Hasta la Iglesia Católica reconoce el derecho de resistencia para acabar con una “tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente contra los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común”.  En la España actual, se ha llegado a unos niveles preocupantes de desigualdad, corrupción y represión, pero aún hay vías políticas para luchar por un cambio pacífico e incruento. Un tiro en la nuca o un coche bomba nunca podrán ser una alternativa ética, sino el punto de partida de una espiral de crueldad e ignominia. Siempre es preferible el camino de la resistencia civil no violenta, no solo por razones morales, sino porque casi siempre produce cambios más profundos y duraderos. Es cierto que Martin Luther King y Nelson Mandela no consiguieron terminar con las desigualdades, pero lograron abolir las leyes que establecían una odiosa segregación racial. En cambio, la revolución rusa desembocó en un Estado totalitario, cumpliéndose las tempranas profecías de Rosa Luxemburgo sobre la intolerancia bolchevique. A pesar de los intentos de rehabilitar a Stalin, solo unos pocos insensatos consideran que el dictador georgiano es una figura más edificante que Martin Luther King, mártir de los derechos humanos.
martin luther king 4
Yo he nadado en las aguas del radicalismo, pero ahora considero que algunos de mis textos revelan una notable irresponsabilidad. Immanuel Kant no se equivocaba al hablar del factum o dictado de la conciencia, una voz interior que protesta enérgicamente cuando nos desviamos de lo ético y humano. Gracias a ese malestar, podemos repudiar nuestros errores. Pedir perdón no significa humillarse, sino liberarse de un pasado que exige una rectificación. Los que son incapaces de dar ese paso, nunca saldrán del círculo infernal del odio y el rencor. La crisis ha dejado a muchas familias desamparadas, pero su sufrimiento no se aliviará con actos de violencia. Es más sensato protestar como ciudadanos, implicándose en proyectos transformadores y solidarios. La sociedad de consumo nos ha educado para gastar dinero en banalidades, pero no para compartir. Si el Estado no provee, incumpliendo sus obligaciones, la ciudadanía debe acudir al rescate de los que han perdido toda esperanza. No albergo convicciones religiosas, pero creo en la necesidad de buscar la verdad, pues –como apuntó Karl Jaspers- “la verdad es aquello que nos une”. La verdad no es un dogma, sino una interrogación permanente que apunta hacia una libertad real, efectiva. Pensar que la libertad es un privilegio individual constituye un error, pues la libertad solo se materializa en una sociedad sin espacio para la desigualdad, la explotación o la opresión. El capitalismo nunca proporcionará una libertad real. La historia nos ha enseñado que produce acumulación y miseria, privilegios y exclusión, satisfechos y marginados. Además, no es posible extender su modelo por todas las naciones sin provocar una catástrofe planetaria. De hecho, las guerras en curso están motivadas por el control de los recursos energéticos y sus rutas comerciales, pues son la clave de una economía basada en el consumo y el despilfarro. Ignacio Ellacuría, teólogo de la liberación asesinado en 1989 por los militares salvadoreños, afirmó que para superar una civilización gravemente enferma hay que “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”. ¿Cuál es esa dirección? El progreso hacia una utopía llamada “civilización de la pobreza”, que consiste en “un estado universal de cosas en el que está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y [en el caso de los creyentes] con Dios”. La “civilización de la pobreza” no se hará realidad con una simple declaración de intenciones. Por un lado, hay que luchar activamente para “crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital”. Por otro, hay que cultivar “la solidaridad compartida en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza”. Según Ellacuría, la historia solo puede subvertirse desde abajo, lo cual significa que el potencial transformador y utópico no se encuentra en las naciones ricas y poderosas, sino en el Tercer Mundo. Dicho de otro modo, la redención de la humanidad solo puede venir de los oprimidos: “La espléndida experiencia de las comunidades de base […] como factor de transformación política, el ejemplo no puramente ocasional depobres con espíritu que se organizan para luchar solidaria y materialmente por el bien de sus hermanos, los más humildes y débiles, son ya prueba del potencial salvífico y liberador de los pobres”. Walter Benjamin formuló una perspectiva semejante, aunque con un acento exclusivamente secular: “Solo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza”.
ellacuría
La solidaridad nos mueve hacia los pobres, débiles y excluidos, pero son ellos, con sus ansias de vida y su resistencia a ser explotados, humillados y postergados, los que nos enseñan que la injusticia no prevalecerá, que las mayorías populares algún día se liberarán de sus cadenas y que la utopía de la fraternidad y la mesa compartida se realizará en la historia, neutralizando las tendencias más destructivas del ser humano. Las utopías son peligrosas cuando se convierten en dogma, pero actúan como una fuerza liberadora al manifestar que otro mundo es posible. No espero gran cosa de los partidos políticos. La disciplina del euro ha destruido la soberanía de los pueblos de Europa y el pacto fiscal garantiza la continuidad de los recortes. Las iniciativas ciudadanas son la forma más ética de resistir a la Europa neoliberal: movimientos sociales, organizaciones solidarias, campañas de desobediencia civil, centros sociales autogestionados, escuelas libres, consumo responsable y sostenido. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca es un ejemplo de que sí se pueden cambiar las cosas desde una posición ética y no violenta. En La condición humana, Hannah Arendt escribió: “El acto más pequeño en las circunstancias más limitadas lleva la simiente de la misma ilimitación, ya que un acto, y a veces una palabra, basta para cambiar cualquier constelación”. No menospreciemos los pequeños actos y su poder transformador. Rosa Parks hizo un pequeño gesto que sirvió de chispazo al movimiento por los derechos civiles. Un pequeño gesto es un acto de creatividad y la creatividad es una de las mejores cualidades de la especie humana. No desperdiciemos un recurso capaz de alumbrar utopías y sembrar la esperanza en una humanidad abatida y desencantada.
victor jara 3
RAFAEL NARBONA

domingo, septiembre 14, 2014

UN BIPOLAR ANTE EL SUICIDIO DE ROBIN WILLIAMS | Rafael Narbona

UN BIPOLAR ANTE EL SUICIDIO DE ROBIN WILLIAMS | Rafael Narbona



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¿Qué experimenta un bipolar cuando se suicida otro bipolar? Aunque no se ha comentado demasiado, Robin Williams era bipolar. La lista de actores que sufren esta patología es notable e incluye a Stephen Fry, Catherine Zeta-Jones, Jim Carrey, Ben Stiller, Mel  Gibson, Richard Dreyfuss. Todo indica que Williams primero intentó cortarse las venas, pero probablemente no pudo soportar el dolor. Las venas se resisten a liberar su carga, casi como un niño que lucha para no dormirse porque tiene miedo a la oscuridad. Sin embargo, cuando el deseo de morir se ha apoderado de la mente, no se desiste con facilidad. Por eso, el famoso actor cambió de método, ahorcándose con un cinturón. Al parecer, escogió la noche para decir adiós. Tal vez le empujó el insomnio, un adversario particularmente cruel. La desesperación se agudiza cuando el mundo escatima su tregua diaria, esa pequeña muerte que paradójicamente nos ayuda a vivir, suspendiendo por unas horas el mundo real. Los bipolares raramente disfrutan de un sueño reparador. Yo sufro continuas pesadillas. Sueño que me ahogo, que mi piel arde y se desprende como las pavesas de una hoguera, que mi garganta intenta articular sonidos y solo produce estertores, que mis ojos hormiguean con miles de insectos agitándose debajo de los párpados. Suelo levantarme agotado y confuso, pero el turbulento mundo de los sueños me resulta más tolerable que mi rostro en el espejo, maltratado y envejecido por un dolor obstinado.
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No voy a ocultar que la muerte de Robin Williams me ha afectado. Tengo 50 años, escribo, soy bipolar, no tengo hijos, he sobrevivido a varios intentos de suicidio y he perdido la esperanza de vivir sin el lastre de la angustia, la tristeza y la ansiedad. El trastorno bipolar recorta la esperanza de vida en diez, veinte, treinta años. Cada estudio arroja un resultado diferente. Mi hermano Juan Luis hundió la cabeza en un horno y abrió las espitas del gas con cuarenta años. No albergaba convicciones religiosas, pero escenificó su muerte con una hilera de crucifijos, alineados en el pasillo que conducía a la cocina. Era mi hermano, pero también una ausencia que yo he combatido reelaborando mis recuerdos, pues no soportaba el contraste entre la realidad y el deseo. Si miro hacia atrás, hay más vacíos que vivencias compartidas. En muchos aspectos, fuimos dos desconocidos que se encontraban de tarde en tarde, fracasando una y otra vez en el propósito de tejer una relación basada en el afecto y la comprensión. Nuestra impotencia para llegar al otro no impidió que naufragáramos en las mismas aguas. Si alguien examina nuestras vidas, advertirá grandes diferencias, pero también se preguntará si no éramos la misma persona, bordeando los mismos abismos. Quizás yo he vivido diez años de más, pero el anhelo de escribir me empuja a seguir aquí. Percibo mis días como páginas que avanzan entre el sufrimiento y el anhelo de felicidad. A estas alturas, tal vez solo soy palabras que se resisten a morir.
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Robin Williams no era uno de mis actores favoritos. Es indudable que tenía talento, pero quizás por mi edad estoy más cerca de Montgomery Clift o Marilyn Monroe. Los dos eran bipolares, autodestructivos y profundamente desdichados. Monty se maltrató a conciencia, abusando de las drogas y el alcohol. Apenas superó los cuarenta años. Marilyn vivió menos. La noche del 5 de agosto de 1962 su cuerpo se rindió ante un cóctel de barbitúricos. Al parecer, mezcló Nembutal (pentobarbital) y Seconal (secobarbital), una combinación fatal que solo fue posible porque su médico de cabecera y su psiquiatra no compartían información. Todo indica que esta vez no buscaba la muerte, pero sí unas horas de sueño, con la desesperación del que ha sobrevivido a duras penas a feroces insomnios. Nunca sabremos las causas y circunstancias exactas de su muerte. Sin embargo, hay incontables testimonios sobre sus fallidos intentos de suicidio, que evidencian su inestabilidad emocional. Ser inestable no es una elección, sino un estado del alma que brota de una interminable herida. No sé cuál era la herida de Robin Williams, que agravó su desorden interior con previsibles adicciones. Previsibles porque el alcohol y las drogas mitigan la depresión, induciendo una alegría tan artificial como efímera. De joven consumí ácidos y cocaína. Solo fue un contacto fugaz, pero no he olvidado su efecto. Al principio, experimentas euforia, excitación y una ilimitada confianza en ti mismo. Hablas durante horas, con una aparente clarividencia. Sientes que por fin has logrado desembarazarte de cualquier inhibición o complejo, pero solo es un cruel espejismo. La avalancha de palabras, hallazgos e intuiciones se detiene poco a poco y de repente comienza una vertiginosa caída. Parece que has saltado por la ventana de un patio interior, con las paredes de color ceniza y un suelo que se prepara para destrozar tu cuerpo, transformando tu cerebro en una medusa moribunda. Al parecer, Robin Williams había superado sus adicciones, pero no la depresión, que se había agudizado durante las últimas semanas. Cuando encontraron su cuerpo, se hallaba casi sentado. Mi hermano estaba de rodillas, con los pies descalzos. Ambas imágenes son desoladoras, pues reflejan indefensión y fragilidad, pero también una profunda determinación de morir.
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El suicidio no es una elección libre y racional, sino un impulso incontrolable. Yo celebro estar vivo. Entre 1993 y 2007, busqué la muerte en varias ocasiones, combinando antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos, pero desde que empecé a escribir literatura la perspectiva del suicidio perdió fuerza y ahora solo es un lejano fantasma. El suicidio de Robin Williams ha resucitado ese fantasma, pero no como una posibilidad, sino como un doloroso recuerdo. He pensado en Margaux Hemingway, que se suicidó el 1 de julio de 1996. No era una fecha cualquiera, sino el aniversario del suicidio de su abuelo, Ernest Hemingway, el gigantón que amaba el boxeo, los toros, la caza, la guerra, y que en la madrugada del 2 de julio de 1961 se voló los sesos con su escopeta favorita, una Boss calibre 12. Hemingway conservaba la pistola Smith & Wesson con la que se suicidó su padre, el médico Clarence Edmonds. Clarence se pegó un tiro en la cabeza mientras se encontraba en el despacho de su consultorio. Cuando recibió la noticia, el escritor comentó: “Probablemente yo voy por el mismo camino”. Al igual que su abuelo, Margaux sufría trastorno bipolar. Se quitó la vida en su apartamento  de Santa Mónica, California, utilizando una sobredosis de fenobarbital. Tenía 42 años. Dejó un bloc de notas, pero arrancó algunas hojas y las quemó. En las primeras páginas se leía: “Amor, curación, protección perpetua para Margot”. También quemó incienso, hizo un montoncito con sal, alineó dos velas y depositó un ramo de flores blancas en la mesilla de noche. A la izquierda de su cama, colocó un osito Teddy, quizás por nostalgia de la infancia, pese a que siempre manifestó que de pequeña había sido muy desgraciada. Al examinar el cuadro, algunos pensaron que pretendía formular un conjuro contra la muerte, pero tal vez solo quiso escenificar su suicidio. El suicidio es una ceremonia privada abocada a convertirse en acontecimiento público, especialmente si eres un artista. Quizás Margaux nos dejó un mensaje que no sabemos interpretar o solo nos quiso decir adiós a su manera.
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Sobrevivir a un suicidio no produce alivio, sino rabia y frustración. Es un nuevo fracaso en una vida marcada por los sentimientos de fracaso, pero eso no significa que resulte deseable tener éxito, pues el que se mata deja un rastro terrible en su entorno. De alguna manera mata a los que le querían. Yo no soy capaz de pensar en mi hermano sin recordar su suicidio. Sus fotos descansan en un álbum, lejos de la vista, pues su imagen está inevitablemente asociada a su trágica muerte. No le he olvidado. Simplemente, no soporto la sombra del suicidio, dibujándose en una mesa o una repisa. Yo no deseo añadir un nuevo drama a la historia de mi familia. Quiero vivir, tengo muchas ganas de vivir. Pienso que solo he empezado una segunda navegación como escritor, después de pasar quince años en la enseñanza y un lustro como investigador y bibliotecario. Robin Williams nos deja el mismo año que Philip Seymour Hoffman, que se inyectó una explosiva mezcla de heroína, cocaína, benzodiacepinas y anfetaminas. Ambos sucumbieron a sus demonios interiores. Hoffman comentó a sus amigos: “Sé que voy a morir”, pues seis semanas antes había superado de milagro una sobredosis. Incapaz de controlar su adicción, consumía también grandes cantidades de alcohol. Se puede decir que también se suicidó, pues alcohol, drogas y enfermedad mental suelen bailar en la misma cuerda, sin ignorar que antes o después caerán al vacío. Yo me he enamorado de las palabras y eso me ha salvado. Ahora me dedico a seguir los pasos de la luz, embriagándome con su belleza. No hay mucho más. La realidad solo es eso y quizás sea lo mejor, pues nuestra conciencia no podría soportar la carga de la infinitud. Robin Williams no ha sido acogido por un Dios compasivo. Está con nosotros, invitándonos a darle la espalda a la melancolía. No se me ocurre mejor homenaje que mirar al cielo y sencillamente sonreír.
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RAFAEL NARBONA

jueves, junio 05, 2014

¿Persiguiendo el sueño americano? Setenta mil personas han desaparecido camino de Estados Unidos | FronteraD

¿Persiguiendo el sueño americano? Setenta mil personas han desaparecido camino de Estados Unidos | FronteraD







Manuel S. Santos es de El Salvador. Ha vivido y trabajado durante casi 40 años sin papeles en los Estados Unidos. Él mismo se siente más estadounidense que salvadoreño, ya que allí ha formado no una, sino dos familias.

Millones de personas en todo el mundo se ven obligadas a abandonar sus países por falta de oportunidades laborales dignas y por la imperante violencia social y criminal a la que se ven expuestos. México, un país que tradicionalmente ha sido punto de origen, tránsito, destino y retorno de migrantes, ve pasar cada año a unas 200.000 personas con intención de llegar a Estados Unidos (o, cada vez más, para quedarse a trabajar en su territorio). De todos ellos, más del 90 por ciento provienen del Triángulo Norte de Centroamérica, sobre todo de Honduras, donde el golpe de estado de 2009 engendró un clima de mayor inestabilidad e impunidad.

Se estima que a lo largo de los últimos cinco años, 70.000 personas han desaparecido o fallecido a lo largo de esta ruta. Una tragedia que sin embargo no acaba ahí: cada año, de acuerdo a la Comisión de Derechos Humanos de México, unos 10.000 centroamericanos son secuestrados en el país. En general son víctimas de grupos narcotraficantes que piden hasta 3.000 dólares de rescate a los familiares que esperan en Estados Unidos o en los países de origen de los migrantes, pero muchos otros son secuestrados por simples bandas que en ocasiones cuentan con la complicidad de funcionarios locales.

Durante ese viaje hacia Estados Unidos, que puede llevarles hasta un mes o mes y medio y que en su mayor parte realizan como polizones en los trenes de mercancías que atraviesan México de sur a norte recorriendo centenares de kilómetros de territorios desérticos, los migrantes están expuestos a robos, violaciones, secuestros, mordeduras de animales, amputaciones por caída de los trenes o incluso a la muerte.

Médicos Sin Fronteras les ofrece atención médica y psicológica a través de tres puestos de salud estratégicamente situados junto a otros tantos albergues de acogida, al costado de las vías de algunos de los puntos más críticos del trayecto: Arriaga, Ixtepec y Huehuetoca.


Manuel Sigfredo Santos, El Salvador. Albergue de Arriaga, Chiapas

Manuel Sigfredo Santos (63 años) salió de El Salvador con destino a Estados Unidos en 1973. Por aquel entonces, el país cumplía su 41º aniversario bajo la dictadura militar, las acusaciones de fraude electoral se sucedían en cada elección, se acababa de producir un nuevo intento de golpe de Estado y la tensión en las calles iba creciendo día tras día. Sin embargo, la guerra civil, que estallaría 7 años después y que causaría más de 75.000 muertes desde 1980 hasta 1992, aún estaba lejos de producirse.

Para Manuel la decisión de emprender viaje rumbo al norte no tuvo mucho que ver con la violencia o con la persecución política que algunos de sus compatriotas sí sufrían; en su caso se trataba más bien de “escapar de la pobreza, de poder tener una vida mejor y de experimentar aquellas libertades que en El Salvador no existían”.

Y lo cierto es que durante mucho tiempo la vida no le trató nada mal: en Estados Unidos se casó dos veces, tuvo cuatro hijos, trabajó para General Motors y para Ford, luego montó su propio taller de reparaciones: “funciona muy bien y me deja bastante dinero”. Además, tiene dos nietos a los que adora, “aunque el mayor de ellos es el puro diablo”. Visto lo visto, y si nos fiáramos de las apariencias, podría parecer que estamos hablando de una historia con un final bastante feliz.

Pero seamos realistas: si todo fuera tan bonito Manuel no estaría hoy durmiendo en el albergue de Arriaga con sólo 6 dólares en el bolsillo de su mochila. El protagonista de este texto quizás se llamaría Ángel, que es otro de los migrantes con los que tuve la oportunidad de charlar un rato, estaría esperando ansiosamente a que el tren volviera a ponerse en marcha para jugarse la vida subido en él, y a buen seguro no sería este salvadoreño que “en cuanto reciba algo de plata” estará cómodamente reclinado en el asiento de cualquier autobús de primera que vaya rumbo a Nuevo Laredo.

Una vez que llegue a ese punto, Manuel tratará de cruzar la frontera de México con Estados Unidos y se arriesgará a ingresar por segunda vez en una prisión de la que no saldría en al menos 18 meses. “Si me agarran ahora se acabó eso de pedir perdón. No hay vuelta de hoja”. “Pero es muy difícil que eso ocurra”, me dice confiado en sus posibilidades de eludir la detención. “Los gringos se fijan en tu aspecto, te hacen algunas preguntas en inglés y cuando ven que eres de allá lo normal es que te dejen seguir tu camino”.

En cualquier caso, todo esto no pasará hasta dentro de unos días. Ahora Manuel tiene que esperar a que su hijo, que vive en Dallas y no sabe aún del percance que ha tenido su padre, le mande algo de dinero para comprar el billete de autobús, pues al cruzar la frontera de Guatemala con México “unos ladrones” le atacaron y le robaron a punta de pistola los 280 dólares que llevaba en el bolsillo de la camisa. “Debieron ver que me los había guardado ahí, pues ni siquiera me registraron en otros lugares. Estuvieron observándome, luego me siguieron, y sin mediar palabra me apuntaron con un arma y me sacaron el dinero del bolsillo. Afortunadamente no me hicieron nada, pero me quedé sólo con los 180 pesos mexicanos que tenía en el bolsillo del pantalón y con los 6 dólares que guardaba en la mochila. El billete de autobús desde Tapachula hasta Arriaga costaba 192 pesos, así que anduve pidiendo para completar lo que me faltaba. Encontré gente amable y enseguida agarré el transporte”.

¿Y vas a subirte en el tren cuando logren reparar la máquina?”, le pregunto aún desconocedor de sus planes. “Ahora voy a esperar unos días para recuperarme y luego llamaré a mi hijo para que me mande dinero. No voy a subir al tren”. Manuel me explica que de momento prefiere no llamarle para que no se preocupe, que va a esperar hasta que llegue el fin de semana. Le pregunto entonces si su hijo ya sabe que está de camino para allá.

—Sí, sí lo sabe.
—Entonces, quizás esté preocupado, ¿no cree?
 —Sí, pero de esta manera, al ver que no ha recibido noticias mías durante tantos días, y sabiendo que ya debería haber llegado a los Estados Unidos, llamará a sus hermanos en la frontera para preguntarles si ya pasé por allá. No me cabe duda de que también avisará a su hermana, así que cuando le llame el sábado todo el mundo estará ya sobre aviso. Y si no, lo estarán el mismo sábado, porque no le quedará más remedio que llamar a su hermana para decirle que su padre está en problemas y que necesito que me manden dinero.
—¿Entonces, su hija no sabe que va para allá?
—No, si lo supiera me mataría. Pero ya se va a enterar porque su hermano se lo va a decir. Ella prefiere que espere hasta que pase el año, que luego pida el perdón a las autoridades migratorias y que entre de manera legal. ¿Pero qué hago yo un año en El Salvador? No conozco a nadie, no hay trabajo y, sobre todo, que quiero volver a los Estados Unidos con mi familia. Además, con los 50 dólares que me estaba pasando mi hijo, allá no se puede vivir.

Una vez que ya lleve varias horas de autobús y se encuentre cerca de la frontera, el plan de Manuel pasa por llamar a uno de los dos hijos que tuvo con su primera esposa. Ambos viven en un pueblecito nada más cruzar a Estados Unidos y son ciudadanos norteamericanos, al igual que los otros dos hijos que Manuel tuvo con su segunda esposa y que viven en Dallas. Si para entonces su hermano no les ha avisado aún de que su padre va para allá, él mismo se encargará de hacerlo.

—Hace más de un año que no hablo con ellos. No saben que me han deportado y mucho menos que estoy de camino para allá. Llamaré a uno de los dos y le diré: ‘ven con tu hermano y trae el auto, que estoy del lado mexicano de la frontera’. Seguro que enseguida querrá saber detalles de lo que pasa, pero me temo que tendrá que esperar. Ya se los daré en cuanto nos veamos. ‘Tú ven a buscarme y luego ya te lo explicaré’, le diré.

“Yo sé que a ti te parece complicado, pero te digo que pasar la frontera no es demasiado difícil”, me asegura. “A los ciudadanos norteamericanos no les piden los papeles, así que si pasas la prueba de sus preguntas y ellos consideran que eres de los suyos, te dejan pasar”. “¿Así sin más?”, le pregunto extrañado. “Sí, así sin más. Puede que no funcione y que te echen para atrás, pero si eso llega a pasar lo intentaría de nuevo al día siguiente y ya está. Si tú vas en un coche americano que tenga matrícula de los Estados Unidos, hablas inglés correctamente, vistes como gringo y además vas acompañado de dos ciudadanos norteamericanos con papeles que dicen ser tus hijos, no debería haber problema. Además, yo iré conduciendo”. “Pues visto así parece sencillo”, le digo casi convencido por sus argumentos. “Sí, en realidad el problema no está allá. El verdadero problema se encuentra a 40 millas de la frontera, de camino a Dallas. Allí sí que te paran y te piden los papeles sí o sí”. “¿Y entonces?”, pregunto confundido. “Pues que allí es donde está el riesgo. En el check point es donde verdaderamente puede pasarnos algo. Si nos piden los papeles del coche, miran la documentación de mis hijos y no les da por comprobar nada más, pues adelante. Pero si se ponen a cruzar más datos y ven que he sido expulsado de los Estados Unidos, me detendrán y acabaré en la cárcel. Y como ya he pasado 9 meses (6 en la cárcel y 3 en el centro de detención de migrantes esperando a ser deportado), ahora serían 18. No hay vuelta de hoja”.

“¿Y merece la pena arriesgarse?”, le digo con asombro. “Sí, para mí sí. Toda mi vida está en los Estados Unidos. Salí de El Salvador cuando tenía 24 años y ya nada me une al país. Y luego está todo lo que te comentaba antes: que allí no hay trabajo para mí y que ya me he cansado de abusar de amigos a los que hacía muchos años que no veía. Primero estuve en casa de uno que vivía con su novia. Allí tenía mi cuarto y todo iba bien, pero luego llegó la hermana de ella y todo cambió. Es una mujer problemática y yo no quería líos, así que le dije a mi amigo que muchas gracias, pero que yo me iba. De ahí me fui a la casa de una amiga de la infancia, que me acogió como si fuera una hermana. Me hacía la comida, me lavaba la ropa, charlábamos… hasta que hubo un momento en el que ya no me parecía bien seguir quedándome allá. He estado cuatro meses en El Salvador y ya no podía más”. “¿Pero ante el riesgo de acabar en la cárcel, no te merece la pena aguantarte unos meses y entrar a Estados Unidos por la vía legal?”, le insisto de nuevo, pues previamente me había explicado que después de ser expulsado tienes que esperar un año para solicitar el perdón y que, dadas sus circunstancias, a buen seguro que no tendría problemas para obtenerlo.

—Es que no son unos meses. Lo pediría en junio, que es cuando se cumplen los 12 meses, pero luego los trámites tardan otros 3 o 4 meses más, así que estaríamos hablando de que no podría volver a Dallas hasta octubre o noviembre del año que viene. ¿Y mientras tanto qué hago? Yo quiero ir a mi casa, trabajar en mi taller, ver a mis hijos y a mis nietos… mi vida está allá. Yo soy de allá.

Me quedo en silencio pensando y me doy cuenta de lo que dice es completamente cierto: después de tantos años, y a pesar de no tener los papeles que lo acrediten, Manuel ya es mucho más estadounidense que salvadoreño. De hecho, hoy lleva unas gafas Nike y unos pantalones Ralph Lauren y, a diferencia de los otros migrantes que están en el albergue, él viene vestido con ropa distinta cada día y con un aspecto impoluto. De hecho, recuerdo que el saludo que me dedicó cuando nos vimos por vez primera vez fue en un perfecto inglés: Are you American, my friend?

—¿Nos vemos mañana?
—Sí, ya te digo que yo de aquí no me muevo hasta que hable con mi hijo y me mande el dinero, así que si quieres nos vemos mañana.


Una burla del destino

Al día siguiente acudo al albergue para encontrarme de nuevo con Manuel y hacer algunas fotos. Le encuentro mirando la televisión y con aspecto relajado, esperando a que lleguen los médicos para echarle un vistazo a su boca, pues tiene bastantes molestias. Nos sentamos en un banco junto a la consulta y comenzamos a hablar de nuestras vidas. Como dos amigos que se conocen desde hace años.

—¿Y qué fue lo que pasó para que te expulsaran, Manuel? –le pregunto al rato.
— Conduje ebrio. O al menos eso es lo que dicen, porque yo no me acuerdo de nada. Estaba en un bar con un amigo y con una amiga y me fui un momento al baño. Calculo que habría tomado unas tres cervezas. Al volver me senté de nuevo junto a la barra y después ya no recuerdo nada más. Cuando me desperté ya estaba en el cuartel. Los dolores de cabeza me duraron tres días y coincidirás conmigo en que eso es bastante raro cuando solo se han tomado tres cervezas, ¿no crees? Yo estoy convencido de que lo que verdaderamente ocurrió es que alguien me echó algo en la bebida.
—¿Pero tú solías beber mucho? –me atrevo a preguntarle.
 —Antes no, de hecho por eso nunca me preocupé por pedir la nacionalidad. Yo no era una de esas personas que se metieran en problemas fácilmente, así que nunca pensé en que un día llegaría a necesitarla. Tenía mi permiso de residencia en regla y pensaba que con eso sería suficiente.
—¿Pero podrías haber optado a la nacionalidad si hubieras querido?
—¡Claro, mis dos esposas eran estadounidenses! –me dice extrañado ante mi pregunta. —¡Entonces, si hubieras tenido la ciudadanía norteamericana, ¿todo esto no te estaría pasando?
—Así es –me contesta él mientras asiente con firmeza.
—Mis problemas empezaron el 31 de diciembre de 2010, cuando desconectaron a mi esposa.
—Espera, espera. ¿Qué me quieres decir con eso? –le interrumpo desconcertado y con la esperanza de haber entendido mal.
—Mi segunda mujer era una persona muy respetada en la comunidad donde vivíamos. Trabajaba como encargada de planta en uno de los hospitales más prestigiosos del país. Concretamente de la segunda, donde se encuentran los pacientes en estado crítico. Y allí, como si se tratara de una burla del destino, pasó los 6 últimos meses de su vida conectada a una máquina.

Manuel hace una pausa en su relato, se hace un silencio eterno y unos segundos después continúa con su historia: “Ella no estaba gorda, pero tú ya sabes cómo son las mujeres cuando se van haciendo mayores, ¿verdad? Tenía algo de grasa a la altura del estómago y decía que cuando se sentaba se veía fea, que se le quedaban la carnes colgando. Yo le dije que no se operara, que estaba bien así, pero ella no me hizo caso. Por desgracia, algo salió mal en aquella operación. En ese momento las cosas cambiaron para mí y empecé a beber un poco. Una liposucción… ¡por una miserable liposucción!”, me explica con los ojos rojos y conteniendo las lágrimas. “A partir de ahí, todo cambió”.

Los dos días siguientes seguí charlando varios ratitos más con Manuel. Me habló mucho de su hijo el de Dallas, que al igual que él también es mecánico y que “aunque no gana más de 11 o 12 dólares a la hora, siempre está ahí para ayudarme”. “Toma su teléfono por si algún día vas a Dallas y necesitas alguna cosa”, me dice. Pero sobre todo me habló de su hija, que se quedó embarazada muy joven. “Le pregunté qué pensaba hacer, porque yo le había advertido muchas veces que tuviera cuidado de no quedarse embarazada durante el colegio, que eso era algo que no iba a aceptar. Me contestó que ya tenía 18 años y que por tanto se responsabilizaría del bebé. El caso es que había empezado a estudiar la diplomatura en óptica, que es uno de los estudios en los que obtienes el título más rápido y en los que se te ofrecen más posibilidades de trabajo. Y a pesar de que estaba embarazada, en 7 meses ya tenía su primer empleo. Es una chica que vale mucho y por eso hoy en día es jefa de ventas de la marca para la que trabaja. Al poco tiempo de empezar a trabajar, se puso a estudiar leyes sin decirme nada. Iba al trabajo por las mañanas y a la universidad por la tarde. De veras que es una gran chica”, me insiste como tratando de convencerme, “pero lo malo es que le gustan demasiado los lujos. Yo no sé de dónde ha sacado esos gustos por lo caro viniendo de la familia de la que viene. Tiene un Cadillac nuevo que le ha costado 50.000 dólares y su marido tiene otro coche que está valorado en 35.000. Le encantan los zapatos caros y tiene una estantería entera llena de ellos. Así, con la etiquetita del precio aún colgando y todo. Luego no se los pone, pero el caso es tenerlos. ¡Y el marido es igual! Un día me manché los zapatos y como tenemos el mismo número de pie me dijo: ‘vete allá donde la basura y escoge uno de los pares que he dejado para tirar’. ¡Estaban nuevos!, lo único que les pasaba es que estaban un poco sucios, pero claro, ¡para qué va él a tomarse el tiempo de limpiarlos si puede comprarse unos nuevos! Había cuatro pares. Yo cogí dos y le dejé los otros dos allá”.

—Luego está el niño, que como te decía ayer es un auténtico demonio. En el centro comercial al que va con sus padres tienen fotos suyas en todas las tiendas. Y no por guapo, sino para alertar del peligro a los empleados. Cada vez que va por allá provoca un destrozo. Para que te hagas una idea de lo malo que es, una vez tiró un jarro de agua hirviendo sobre su hermana pequeña, que es una niña adorable. Sé que lo hizo sin querer, pero el caso es que le dejó unas cicatrices terribles en todo el torso, en el brazo y en el cuello. Lo de ese niño es algo terrible… y sus padres no hacen nada por pararlo. Ese, te lo digo yo, sí que va a acabar en la cárcel como no pongan remedio.

Los de Manuel son problemas comunes a los de otros muchos ciudadanos de los países occidentales, entremezclados con los problemas propios del migrante indocumentado, pienso mientras me sigue contando la vida y milagros de su hija.

—Me pidió que esperara hasta que ella termine la carrera el próximo año. Una vez que esté en la carrera judicial, dice que podría ayudarme a hacer desaparecer lo que pasó. Pero yo no puedo esperar. Para que veas cómo era mi situación allá, te diré que en El Salvador me han quitado los últimos cuatro dientes que me quedaban, por eso me ves así ahora, pero yo no puedo esperar hasta que me den la dentadura postiza. Ya me haré una nueva cuando llegue a Dallas.


José Moisés y José Ángel Castellanos, Honduras. Albergue de Arriaga, Chiapas


José Moisés Castellanos (30 años) vive desde el año 2003 cerca de Xalapa, la capital del estado de Veracruz, México. Su historia no es la típica del migrante centroamericano que viaja sin papeles en dirección a Estados Unidos, sino que representa más bien la otra cara de la moneda: la de aquel que ya se ha cansado de perseguir el sueño americano y que, ya sea por frustración o por convencimiento de que esa es la mejor opción que se le presenta, decide tratar de establecerse de manera legal en México. Hace 10 años, los casos como el suyo eran considerados la excepción a una regla que casi todo el mundo seguía, pues para la mayoría de los migrantes centroamericanos México sólo constituía una estación de paso hacia su destino final en Estados Unidos. Sin embargo, José Moisés y su hermano José Ángel (33 años), que hace apenas 8 días inició por vez primera el viaje desde Honduras, a día de hoy representan al 90% de las personas que cruzan la frontera de Guatemala con México para buscarse un futuro mejor en este último país.

“En el año 1999 decidí viajar mi primera vez para acá en el tren”, explica José Moisés. “Uno viene con ese miedo de lo que le va a pasar. No conoces a nadie, no tienes un familiar… vienes con ese gran temor de que te vayan a violar, de que te torturen. Y es que en definitiva todas esas personas con las que compartes el viaje son un montón de gente a la que tú no conoces. Y se oyen muchas cosas terribles”.

Unos meses antes de que José Moisés decidiera emprender su viaje, varios países de Centroamérica habían sufrido la embestida del Mitch, un devastador huracán cuyos terribles efectos fueron televisados en directo a todo el mundo y cuyo paso sirvió para que muchos situáramos por primera vez en un mapa a países como Honduras y Nicaragua, tradicionalmente desdeñados por los medios de comunicación y de los que sólo nos llegaban y nos llegan noticias de matanzas o desastres naturales. En Honduras el Mitch dejó unos 6.600 muertos, más de 8.000 desaparecidos y 1,4 millones de damnificados… así como millones de personas abandonadas a su suerte en cuanto el impacto mediático/solidario de los primeros días comenzó a decrecer.

José Moisés sólo contaba con 16 años por aquel entonces, y sin embargo podría decirse que ya había vivido toda una vida: “Por aquella época yo conducía un autobús de transporte. El huracán trajo muchas lluvias al país, y debido a la cantidad de agua que había y al mal estado de las carreteras, un día volqué la unidad. Afortunadamente nadie resultó herido grave y la policía me eximió de responsabilidades, pero el dueño de la empresa, con quien ya llevaba diez años trabajando y estudiando, me dijo que me había quedado sin trabajo. Aquel señor me agarró bien chiquito para trabajar en la mecánica y todo eso. Y de hecho ya estaba para traerme la unidad para mí porque él me la iba a regalar… pero con aquel accidente lo perdí todo. Tras el paso del huracán, la moneda se devaluó y no había trabajo para nadie, así que decidí que lo mejor era salir a otro país. Terminé mi carrera técnica y me puse en marcha”.

Y así, como acostumbraba a hacer desde siempre, José Moisés se echó la manta a la cabeza y emprendió el viaje sin mirar atrás: “Pasé solito. Entré por Laredo y de ahí caminé siete días por el desierto para llegar a San Antonio, Texas. Recuerdo que mis labios iban bien brotados y mis pies llenos de bola. Se sufre bastante, la verdad. Encuentras todo tipo de animal, y yo no sé si era mi cabeza o si sería el hambre o la sed, pero el caso es que yo miraba animales blancos y animales negros que cruzaban por enfrente. No tenía temor: seguía y seguía caminando. Llegué a San Antonio y como tenía licencia de manejar renté una camioneta. Llegué hasta Miami y allí me cité con Arlington Ford, que me dio trabajo en la empresa y algún que otro curso técnico. Y así me fui capacitando en mi carrera profesional”.


El accidente que todo lo cambió

Durante un par de años, a José Moisés pareció sonreírle la suerte, pero cuando mejor le iban las cosas todo se empezó a torcer: “En el año 2001 tuve un nuevo accidente: un tráiler me sacó de la carretera, y a pesar de que el seguro me pagó todos los gastos de hospitalización yo ya sabía que aquello significaba la deportación. Arlington Ford me pagó la fianza y un dinero, y yo pedí una apelación para rebajar el tiempo de cárcel que me impusieran. Tuve que desembolsar 3.000 dólares, pero aún así me condenaron 8 meses. Pedí asilo político, pero no me lo concedieron. El Mitch no era una razón suficiente para que me dejaran quedarme allí. Cuando llegué de vuelta a mi país le dije a mi madre que yo ya no podía vivir allí. Nacimos muy pobres, pero ninguno de mis hermanos ni yo nos hemos echado nunca a perder. Ninguno anduvo nunca en drogas ni se puso a robar. Al contrario: tuvimos ganas de salir adelante con una profesión. Tenía que salir de allá y trabajar en lo mío”.

“En 2002 llego a México... y, hermano, te aseguro que es tremendo llegar aquí sin conocer a nadie. Hice muchos trabajos en los que me pagaban que si 20, que si 50, que si 100 pesos, pero a pesar de no tener papeles nunca tuve problemas con la policía ni con nadie, porque yo siempre me escondía por ahí. Así estuve hasta 2005”.

Aprovechando la pausa, le pregunto por el horrible incidente que me mencionó el día anterior, cuando apenas acabábamos de conocernos: “Sí, aquello fue durante ese viaje, en Guatemala. Yo crucé por el Petén. Éramos un grupo de unas 60 personas. Nos fuimos en una lancha y nos trajeron al Ceibal. Allí unos maleantes nos robaron y abusaron de una mujer. Aquel hombre no pudo resistir los gritos de su esposa. Agarró el arma a uno de ellos y le mató. Los demás criminales fueron tras él hasta que le dieron captura y le mataron también. Yo corrí, corrí y corrí. Con las demás personas no sé qué pasó”.

Se hace un silencio y entonces le pido que pasemos a otra cosa, que continúe con su historia donde la habíamos dejado, así que volvemos a México, al año 2005: “Conocí a una señora que me ayudó. No le gustaba como vestía, así que empezó a vestirme como ella quería… la verdad es que ella era bastante mayor, pues tenía 38 años por aquel entonces, pero se ve que yo ya le empezaba a enamorar. Me dijo: ‘vamos a conocernos’. Y sí, nos aceptamos como novios y todo. Me dio trabajo e incluso nos íbamos a casar. Y por ahí fue como llegué yo a migración en 2006 y regularicé mis papeles. Ahora pago 2.300 pesos cada año (unos 131 euros) por renovar el permiso y trabajo y vivo de manera legal. Hasta 2008 no hubo grandes cambios en mi vida, sin embargo ese año monté en Tuxpan la empresa que tengo actualmente. Mi socio es un ingeniero, que es a su vez quien me proporcionó todos los contactos que ahora tengo. Y desde entonces estoy establecido, tengo mi trabajo y un lugar al que llegar”.

José Moisés asegura que si hoy se encuentra en Arriaga esperando a que terminen de reparar la máquina del tren (ya hace cinco días desde que sufriera el incendio que la mantiene parada), no es por él, sino por su hermano José Ángel, al que ha ido a buscar a Honduras con la intención de traérselo a vivir con él. “No podemos viajar en autobús porque él no tiene papeles. Y bueno, también porque no ando muy bien de dinero, si te soy sincero. Salimos hace ocho días de Honduras, pasamos dos días en Guatemala haciendo turismo y ahora estamos aquí desde hace tres, esperando para subirnos al tren. Mi hermano tiene cuatro hijos y una mujer a los que mantener y allí sólo gana 200 lempiras al día (unos seis euros), así que aprovechando que yo me encontraba en mi país de visita y que tenía que volver a México, le dije que se viniera conmigo, que yo trataría de ayudarle con los papeles. Lo que pasa es que él tiene a su suegra en Estados Unidos y aún está pensándose si tomar el riesgo e irse para allá.

“La idea es trabajar, y si veo que aquí me va bien, pienso que no será necesario ir a Estados Unidos”, asegura José Ángel. “Con que me vaya igual de bien que a mi hermano me conformo”. Y, ciertamente, a José Moisés no le ha ido del todo mal durante estos últimos años, aunque no cabe duda de que también ha pagado un alto precio por ello. “Además de todo lo que ya sabes, está lo de mis hijos que tienen ahora otro padre, otra familia”, me decía apenas un rato antes.


Dos muertos más

Después de casi una semana detenida, los operarios consiguieron arreglar la máquina incendiada y descarrilada y el tren se puso por fin en marcha en dirección a Ixtepec. Ese día, entre los vagones y encima de sus techos, se cuenta que viajaron unos 1.800 migrantes que se habían ido agrupando en Arriaga a la espera de que se desbloquearan las vías, por lo que el albergue de Ixtepec, prácticamente vacío apenas unos días antes, quedó completamente saturado durante varias jornadas. Sólo se reportó un incidente de gravedad, pero éste tuvo el peor de los desenlaces posible: un hondureño cayó a la vía y tanto él como el compatriota que trató de socorrerle perdieron la vida.

Los trabajadores de MSF no tenían aún conocimiento de los nombres de los fallecidos, así que, con el fin de quitarme de la cabeza la idea de que pudiera tratarse de José Moisés y de su hermano, durante unos días me estuve aferrando una y otra vez a las últimas palabras que crucé con él 36 horas antes de que La Bestia se pusiera de nuevo a rugir: “Yo creo que ya no vamos a quedarnos más aquí. Estamos cansados de esperar y el tren no sale. Agarraremos algún autobús para llegar a Veracruz por carreteras secundarias, tratando de evitar los controles. Además, vengo arriesgando la vida de mi hermano y no me parece correcto”.

Para alegría mía, y apenas cuatro días después de escribirle para interesarme por su suerte, José Moisés contestó a mi correo: “Ambos estamos bien. Me cansé de esperar a que arreglaran la máquina y tomé un autobús hacia Veracruz para no dejar el negocio desatendido y para tratar de ir adelantando el papeleo de mi hermano. José Ángel ya está en Arriaga. Prefirió subirse al tren y no tomar riesgos con el autobús, pero aún le queda un buen tramo hasta llegar hasta aquí”.

Respiré aliviado en cuanto tuve la confirmación de que no se trataba de José Ángel ni de José Moisés, pero al mismo tiempo comencé a darme cuenta de que, independientemente del nombre o de la nacionalidad, que en muchas ocasiones ni siquiera llega a conocerse, al final lo que siempre queda son las víctimas. Víctimas que día tras día irán aumentando la ya larga cuenta y que verán truncados sus sueños de alcanzar un futuro mejor.


Enrique Contreras, Honduras. Albergue de Huehuetoca

El 27 de junio de 2011, Enrique fue deportado a Honduras tras cumplir 18 meses de condena en una cárcel de Estados Unidos. ¿Su delito? Ser reincidente en el hecho de no tener papeles. “Cada vez que uno cae se van incrementando las penas”, me explica poniéndome infinidad de ejemplos y aportando numerosos datos y cifras. Y es que Enrique ha heredado de su madre, que es profesora de primaria en Honduras, una excelente vocación pedagógica. “Desde 1993 hasta 2002 viví sin problemas en Estados Unidos. Y salvo por los dos años entre medias en los que estuve viviendo en México, y otros seis meses más en los que estuve deambulando de arriba para abajo, pasé casi todo el tiempo allí. La primera vez que la policía me agarró fue en 2002, y de aquella me mandaron 15 días al centro de detención. En 2004 caí de nuevo, y en esa ocasión ya hice 30 días. Aguanté hasta 2007 sin que me arrestaran, pero la tercera vez ya fueron 45 días. Empezaba a hacerse duro”.

—Estaba advertido de que una nueva detención supondría un año y medio de condena y de que en esta ocasión me esperaría la cárcel en lugar de un centro para migrantes, pues la acumulación de faltas menores convierte a estas en una falta grave. Pero aún así me dije a mí mismo que había que intentarlo. Todo fue bien hasta que a principios de 2010 pasó lo que no tenía que pasar.

Enrique tiene muy claro que su futuro pasa por Estados Unidos y, si no fuera porque un nuevo golpe de mala suerte se traduciría en una pena de cinco años, probablemente no tendría ninguna duda en embarcarse de nuevo hacia allá.

—¿Y no te planteas ninguna otra opción?, ¿no existe una alternativa a Estados Unidos? –le pregunto extrañado.
— Sí, pero en otros países ganas mucho menos dinero. Para que te hagas una idea, en México te pagan unos 300 pesos al día (18 euros) por hacer un trabajo de albañil, que es mucho más de lo que ganaría en Honduras, donde me estaban pagando el equivalente a 90 centavos de dólar a la hora. Y eso cuando hay trabajo, porque yo me he pasado los últimos 12 meses allí y habré trabajado como mucho uno y medio. En cambio en Estados Unidos puedes llegar a ganar unos 80 dólares por jornada de trabajo (más de 60 euros). Yo lo único que tengo claro es que con siete dólares al día en Honduras no se puede vivir.
—Comprendo lo que me dices, pero me cuesta entender cómo puedes llegar a plantearte el volver para allá cuando sabes del riesgo tan alto que corres. Además, ya has comprobado que antes o después siempre te acaban deteniendo, –le digo tratando de ponerme en su lugar.
—Sí, ya lo sé. Por eso estoy aquí parado y no he seguido camino. Me estoy planteando buscar trabajo en México a ver qué sale. Lo que pasa es que aquí las cosas tampoco están nada fáciles. Ya te conté cómo nos tratan a los migrantes, ¿verdad? Acuérdate de que todas estas heridas que los trabajadores de MSF me están curando son fruto de los golpes que me dieron el otro día, cuando se me ocurrió intentar llegar al centro del pueblo para hacer una llamada.

A Enrique le apalizaron y le robaron el teléfono móvil en Lechería, no muy lejos del albergue de Huehuetoca. Dice que fue gente del pueblo; pandilleros que sabían que era migrante e indocumentado y que se aprovecharon de la situación. “Estas cositas que suceden así, te sacan de la jugada a kilómetros. Con ese teléfono yo perdí un montón de contactos que tenía. Ahora tengo que llamar al teléfono fijo de mi ex esposa para que vaya donde mi hermano y le pida de nuevo los contactos. Quiero sacar algo de dinero para salir adelante, pero aquí es difícil. Ayer cayó un señor por acá, pero nada más quería pagar 50 pesos diarios (unos tres euros) por limpiar todo aquello”, dice señalando un campo de maíz que está junto al albergue. “La gente se aprovecha, hermano. Imagínate qué vas a hacer con 50 pesos diarios”.

—Aún así, ahora mismo lo que necesito es ganar dinero cuanto antes para ayudar a mi familia. Mi madre lleva 18 meses sin cobrar su sueldo. Cada día se está endeudando más, pues tiene que pedir un crédito para vivir, otro crédito para pagar el primero y otro más para pagar el segundo.
—Y si no le pagan, ¿no puede buscarse otro trabajo? –le pregunto.
—No, porque si renuncia a su trabajo, o si dejara de dar clases, perdería la plaza. La situación es complicada: la casa de mi madre está hipotecada y el terreno que compré con lo que ahorré en Estados Unidos también lo está. Por eso necesito mandar dinero lo antes posible. Tengo dos hermanos: uno está en Cuba y trabaja en algo relacionado con el turismo, la otra está en Florida, casada con un americano. De los dos, la única que puede mandar dinero de vez en cuando a mi madre es mi hermana.

A Enrique le gusta leer y estar informado de todo lo que pasa en el mundo. Prueba de ello es que cada vez que me veo con él le encuentro leyendo un libro y acabamos hablando del conflicto en Siria, del 15M, de las protestas en Grecia o de cualquier otra cosa que esté de actualidad. Mientras que la mayoría de los migrantes que están en el albergue de Huehuetoca ven pasar las horas mientras miran la televisión o echan una cabezada, él parece querer aprovechar cada segundo para seguir aprendiendo cosas. Usa siempre la palabra adecuada, cada frase que dice está llena de sentido, e incluso su letra es mucho más fina que la de la mayoría de las personas que conozco. Por eso, y aunque se me ponen los pelos de punta al escucharlo, no me sorprenden demasiado las reflexiones que hace cuando piensa en su hijo de 4 años.

—La razón principal por la que me lo estoy pensando es mi hijo. Ya pasé un año y medio sin verle cuando me metieron en la cárcel y fue lo más duro que me podía ocurrir. Por aquel entonces él era muy pequeñito, pero ahora ya va siendo mayor y se da cuenta de las cosas. El otro día, cuando salía de casa, me preguntó que cuánto tiempo iba a estar fuera esta vez. Y eso me rompe el corazón. No sé si aguantaría cinco años sin verle. Es un niño bien despierto y esas preguntas… a veces me pongo a pensar, porque he visto a mucha gente que se muere en el camino, y está bien duro que te hagan esa pregunta, porque la verdad es que uno no puede responder. Hay muchos que ya no regresan, que no saben por cuánto tiempo. Por eso ahora estoy barajando la opción de intentar de llegar a Canadá, donde podría trabajar de manera legal.
—¿Canadá? –esto sí que es nuevo para mí, le digo–. ¡Cuéntame!
—Tengo varios amigos en la frontera con lo Estados Unidos que me ayudarían a pasar la frontera con México.
—¿Amigos o polleros? –le interrumpo.
—Polleros y amigos, pero a mí no me cobran porque como te digo son amigos. Normalmente la tarifa está en torno a los 2.000 dólares y te puedo asegurar que ellos no son ni mucho menos los más caros. Y sí, son polleros, pero no son de los malos,pues esos 2.000 dólares que te cobran son como una inversión. Ellos no se dedican a extorsionar a la gente: te piden un adelanto de 200 dólares para comprarte algo de comida y ropa seca y elegante con la que pasar la frontera, pues para llegar a Estados Unidos hay que pasar un río bastante profundo. Una vez a salvo, te buscan un trabajo en la construcción que suele estar bastante bien pagado, ya que normalmente puedes cobrar entre 12 y 13 dólares la hora. Eso quiere decir que si trabajas 10 horas al día durante 15 días habrás saldado tu deuda… y después ya eres libre para hacer lo que quieras.
—Pero para eso tienes que llegar a Estados Unidos, porque si te quedas en el camino… me imagino que ahí es donde surge el problema, –le digo.
—La única dificultad, además de la frontera propiamente dicha, son las ocho horas a pie desde allí hasta San Francisco, ya que allí es donde hacen todos los controles y donde más posibilidades tienes de que te agarren –me dice eludiendo mi pregunta–. Si llegas a la ciudad, eso ya es otra historia, pero el llegar hasta allá siempre es complicado. Yo lo tengo más fácil porque también tengo amigos que pueden venir a buscarme en coche a la frontera y eso evita muchos problemas. Si vas con un gringo y en un coche gringo no te suelen parar… y ellos podrían llevarme hasta Canadá de esta manera.
—Pero bueno, ¿y por qué Canadá? –insisto.
—Pues porque en Canadá los centroamericanos podemos trabajar con contrato, ya que nuestros países tienen un convenio con ellos. Te llevan a zonas despobladas donde ninguno de ellos quiere ir, te pagan unos 18 dólares la hora y te proporcionan un alojamiento. Eso sí, a cambio te exigen que aprendas inglés, así que tienes que ir a clases.
—¿Y las clases las pagan ellos? –le pregunto atónito–. ¡Si es así me voy contigo!
—Pues ya estás haciendo la maleta, compañero –me dice con una sonrisa de oreja a oreja.


Reconsiderando las opciones

Al día siguiente me acerco de nuevo a saludar a Enrique para interesarme por las novedades. “¿Cómo estamos hoy?, ¿ya has tomado una decisión?”, le pregunto. “No, aún no, pero cada vez le doy más vueltas a lo de quedarme por acá. Lo de cruzar la frontera con Estados Unidos es demasiado riesgo. Podría quedarme dos o tres meses trabajando, ahorrar un poquito y volver después a Honduras. Con ese dinero podría iniciar los trámites para obtener el pasaporte y el permiso legal para ir a Canadá y mientras tanto me volvería de nuevo a México a seguir juntando plata durante el año que tardarían en darme los papeles. El pasaporte te cuesta como 100 dólares, pero también hay que pagar la entrevista y el visado. Al final todo el trámite se te pone en unos 300 dólares”.

—Mi padre murió mientras estaba en el norte y no lo pude despedir, y ya mi jefita ha tenido problemas de salud: la operaron el año antepasado y casi muere, el año pasado la operaron de nuevo y este año que yo me vine estaba un poco malita. Entonces, me pongo a pensar en todo eso y creo que no me perdonaría si se muriera mientras yo estoy encerrado. Por eso y por lo que te contaba de mi hijo, cada vez estoy más convencido de que vamos a tratarla por el otro lado. Vamos, que creo que me quedaré por acá.
—Por cierto, ayer me olvidé de preguntarte: ¿cuánto tiempo hace que saliste de Honduras esta última vez?
—¡Pues ya hace casi un mes, carnal! Se cayó un puente en Loma Bonita, Veracruz, antes de llegar a Lomas Blancas, y hay una parte en la que estaba todo inundado. Por eso hemos tardado tanto en llegar hasta aquí. Estuvieron todos los trenes parados durante dos semanas. Decían que éramos de 4.000 y sí te lo creo… ¡había exagerado de gente! La gente del pueblo nos llevó comida, sábanas, etcétera, se portaron muy bien.
—Y tengo otra duda, ¿cómo lo tenéis los hondureños para poder pedir el estatuto de refugiado? Con todo lo que está pasando allá, en teoría no debería de ser muy complicado, ¿no?
—Sí, mano, estás en lo cierto y así es como debería ser. En Honduras, a todos los que no estamos a favor de los golpistas nos pegan golpizas y nos persiguen de manera constante. Yo de hecho podría pedir el estatuto de refugiado, pero sé bien que no me lo iban a dar, pues para eso necesito el apoyo del cónsul. Y nuestro cónsul está del lado de los malos. Si lo hubiera pedido en Estados Unidos tampoco me lo habrían dado, pues ya sabes que ellos son los principales responsables de que los que mandan hoy en Honduras estén en el poder. Por cierto, las cosas en España también están bastante mal, ¿verdad? –me pregunta tratando de cambiar hábilmente de tema.

Tras hacer un largo paréntesis hablando de otras cosas, le pregunto si siempre fue tan difícil entrar en Estados Unidos si cuando él entró la primera vez las cosas estaban mejor.

—Ahora si te agarran y tienes algún tipo de falta menor pendiente, ya sabes, ese tipo de faltas administrativas que generalmente se pagan con fianzas, ahí ya no te dan la opción de pagarlas, sino que se te acumulan a la pena que te pongan en migración. Antes de lo de las Torres Gemelas tú entrabas fácilmente en el país porque no había tanta vigilancia. A los centroamericanos, si teníamos alguna persona que respondiera por nosotros, nos daban un permiso temporal, porque teníamos una especie de amnistía. Y después de seis meses tu patrón podía hablar con migración para solicitar un permiso provisional de trabajo. Ahora ya no vale nada de eso. Además, ya no hay fianzas para nosotros a menos que seas menor de edad y que tengas un familiar que sea ciudadano norteamericano.
—¿Y teniendo a tu hermana allá tú podrías pedir un visado para Estados Unidos?
—Debido a las deportaciones que he sufrido ya no puedo hacerlo. Para poder aplicar de nuevo a una visa tengo que mandar unas cartas de perdón a Washington. Es un trámite puramente burocrático que en mi caso no serviría para nada, pues si tú ya te estás quemado, por muchas cartas que mandes no va a servir de nada. Aparte, esas cartas tienen que ir acompañadas por una cierta suma de dinero. Y ese dinero no es reembolsable. No vas a arriesgar mil dólares para algo que no va a servir para nada, porque mil dólares son seis meses de trabajo continuo en Honduras, ¿no? Tendrías que ser Buda para no comer y para pasarla en meditación todo el tiempo. Y no gastar ni un centavo.
—¿Y podrías contarme cómo se produjeron las detenciones?
—Claro que sí, hermano. La primera me pilló de sorpresa. Uno de los intermitentes de atrás de mi coche no funcionaba bien; se venía trabando. La policía me paró y, como ya me habían suspendido el permiso por otras infracciones anteriores, me detuvieron. Por aquellos días todavía estaban aceptando el pago de fianzas, así que yo le hablé a mi patrón para que viniera a pagarla. El problema es que su casa estaba como a unos 45 minutos del condado donde yo estaba detenido. Después de 30 minutos alguien me llama. Me pongo de pie pensando que es mi patrón y lo que tengo delante son dos uniformes verdes. Era migración. Llegaron antes que él. La segunda vez me pararon comprando mi boleto en Houston, después de haber pasado la frontera. Comprobaron mis huellas y vieron que ya llevaba una deportación. La tercera, habíamos caminado como unos 30 minutos después de cruzar la frontera. Ya íbamos llegando al pueblo y de repente nos vio el helicóptero. Para qué te cuento: no habíamos caminado ni cinco minutos y ya teníamos como 30 perreras encima. La cuarta y última fue nada más salir del río. Nos estábamos vistiendo y no nos dio tiempo a salir corriendo hacia ningún lado.
—¿Y cómo es la vida en la cárcel?, ¿puedes trabajar para reducir la condena?
—No, la condena no te la reducen. Puedes trabajar por un dólar al día, que te da para comprar una chocolatina o cuatro sopas con las que matar el hambre, pues la comida allí es buena, pero no te llena. En los centros de detención de migrantes hay juegos de mesa y no estás en celdas, sino en módulos de unas 30 personas. Puedes salir al patio, acceder a la biblioteca, hacer deporte, ir a la escuela, etcétera, pero después de las tres caídas ya vas a una prisión federal con delincuentes. No con asesinos, pero sí con ladrones de coches, de tiendas… aquello es la jungla, hermano. Allí vas a encontrar pandilleros que van a querer que corras con ellos. Y si no quieres unirte a ellos, pues eres un solano. En mi caso yo siempre anduve de solano y eso significa que se te quitan ciertos privilegios: no puedes acercarte a jugar con nadie a menos que te llamen, no puedes opinar sobre la televisión… lo único que puedes hacer es acercarte a la biblioteca y tomar un buen par de libros.


Los peligros de la frontera en primera persona

“Si entras por Laredo son cinco horas en coche hasta San Antonio. Y si entras por Brownsville o por McAllen son 8 horas hasta Houston. El problema son esas horas después de cruzar la frontera, pero si logras llegar a una de estas dos grandes ciudades ya todo está más tranquilo. Si haces el primero de los caminos a pie son unos ocho días y ahí sí que tienes todas las posibilidades de que te agarren, de que te peguen un tiro o de que te deshidrates. Lo menos peligroso son las víboras de cascabel, créeme,mano”, me dice con sarcasmo.

—Están los minutemen [patrullas ciudadanas de vigilancia fronteriza], que te aseguro son unos locos, y también te encuentras a los de migración. Algunos dicen que a veces baja el Ku Klux Klan a hacer sus desbalajes y por supuesto también están las mafias. Pasando de Monterrey todo es un desmadre. Si te vas por el lado de Nuevo Laredo están los Zetas. Si te vas por Reinosa o Matamoros están los del Cártel del Golfo. Y si te agarra uno de ellos, llevas tres opciones: La primera y la mejor, es de que te van a tablear, te van a dar unos piñazos y te van a regresar. La segunda, que te pongan a trabajar para ellos. Y la tercera, que te maten. Y si te matan, tiran tus órganos o trafican con ellos, te rellenan de droga, te meten dentro de un ataúd y a saber cómo lo harán, pero te cruzan. Vas a ser una mula para ellos.
—¿Y hay alguna manera para tratar de evitar todos estos peligros si vas solo? –le pregunto.
—Si vas solo, tienes que ir bien cambiado, sin equipaje y allá donde te bajes no debes voltear a ver a nadie. Tienes que subir lo más rápido que puedas a un taxi y buscarte un lugar donde refugiarte hasta que veas cómo la va a pasar. Pero la verdad es que no le recomiendo a nadie ir así. La situación está mal de este lado y peor del otro, y en los últimos meses han mandando a no sé cuantos miles de efectivos más a vigilar la frontera, así que si te vas a meter así, no más sin conocer y tú solo, llevas un 99,9% de posibilidades de que te pase algo. Y luego está lo que ocurre en este país. Aquí en México es una mafia que no sabes ni quien es quien, carnal. Te acercas a un policía de buena onda porque piensas que ellos no te pueden hacer nada y ellos mismos te van a entregar con grupos armados por ganarse una plata. O te agarran, te golpean, te quitan una feria y te dejan ahí. Y en el tren, ya sabes: te pueden golpear, puedes ser asaltado por las mafias, etcétera.

Enrique me explica que durante un tiempo él también estuvo pasando migrantes al otro lado de la frontera con México. Por eso ahora tiene amigos allá que le pueden ayudar a cruzar. No es algo de lo que se avergüence. “Fue en el 93 o en el 94. Por entonces estaba todo más tranquilo. Sin embargo, en el 95 nos agarra la judicial con un viajecito, y chale, ya me empezaron a sacar dinero. Me los encontraba cuatro o cinco veces al día y siempre tenía que darles algo. Así que me cansé y me crucé al otro lado. Nosotros sólo les ayudábamos a pasar y lógicamente cobrábamos por ello, pero no considero que estuviera haciendo nada incorrecto. Ya te digo que era como una inversión: luego se les busca un trabajo bien y pagan su deuda. Nada de explotación”.


¿Qué tren es el bueno?

“Por aquí pasan dos líneas. Esta línea que pasa aquí (la que está junto al albergue) es la del Ferromex, que va hacia Irapuato pasando por Querétaro y Celaya. Aquella en cambio”, me dice señalándome la vía que está a unos 500 metros, es el Kansas, que va a San Juan del Río, en Querétaro, y luego se dirige hacia San Luis de Potosí. La que debemos seguir es aquella [el Kansas], pero está mucho más vigilado y no nos dejan subir, así que lo que nosotros hacemos aquí es agarrar esta y luego nos bajamos antes de llegar a Querétaro, que es donde está el cruce con el Kansas. Dejamos este tren y agarramos aquel, porque de Ahorcado en adelante los guardas ya no te molestan. No te bajan. No tiene hora, pero lo que es seguro es que de la 6 en adelante, a alguna hora tiene que pasar”.
 “¿Qué cómo sabemos cuál es el tren que tenemos que agarrar? El Kansas es rojo. De Orizaba para acá, sabemos que si trae cuatro máquinas o menos va para Puebla. Y los que traen menos de cuatro van a Lecherías. O por la carga: los que traen arena viene a Lecherías, porque es donde están las fundidoras del vidrio. Cuando pasan las jaulas, que son las que llevan los carros, y pasan vacías para arriba, ya sabemos que ahí se quedan no más en Vigurías, así que ahí no nos subimos. El que lleva puro cemento…”.




Fernando G. Calero trabaja como Responsable de Prensa en Madrid de Médicos Sin Fronteras, organización con la que ha viajado a lugares como República Democrática de Congo, Suráfrica, India, República Centroafricana o Marruecos. Anteriormente, durante casi cinco años, fue responsable de comunicación y prensa del Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). Durante 2012 y 2013 recorrió por cuenta propia varios países de América, aprovechando este viaje para elaborar diversos artículos y reportajes, entre los cuales se encuentra este relato sobre la inmigración y los migrantes