He aquí el testimonio del soldado ruso Yuri Chanicheverov, de diecinueve anos, quien llego al Gran Campo el primer día de marzo de 1945 y miro por una ventana del barracón donde estaban Hurbinek y los demás enfermos.
"Me había apartado de la ruta que llevaba la patrulla. No podía atender a todos los que se me acercaban preguntándome en polaco y en ruso si venia a ejecutarlos o a liberarlos. No alcanzaban a distinguir una cosa u otra, al verme armado. Tropecé con varios cuerpos esparcidos aquí y alIá en el suelo de ceniza. Algunos aun palpitaban, con respiraciones entrecortadas, agarrados a otros cuerpos ya inertes, escuálidos como perros famélicos. Entonces me extravié y fui a dar a la ventana de una casucha. De todo el horror que fuimos encontrando por la zona, de todos los cadáveres sin enterrar o a medio enterrar, de todos los locos que se cruzaban con nosotros gritando histéricos, o de todos los muertos vivientes que vagaban hasta las alambradas y se arrojaban a ellas solo para poder sostenerse, lo que mas me impresiono fue el interior de esa casucha en la que se amontonaban varios camastros con enfermos. Dentro oía sus gemidos. Estaban ateridos de frió, embutidos en unas mantas que apestaban tanto como ellos. El olor desagradable del ambiente me llegaba hasta la ventana. Justo debajo de ella vi a un niño que no ocupaba en la cama mas de dos o tres palmos. Su cara era muy pequeña y hundida pero sus ojos sobresalían y los tenia muy abiertos. Iba a morir de un momento a otro o eso parecía, porque estaba rodeado par otros dos jóvenes que lo miraban afligidos y le sujetaban las manos. Respiraba ansiosamente, emitía un sonido conste y ronco, un gemido abandonado, y no dejaba de temblalar con un gesto de dolor sin remedio. Era tan espantoso sufrimiento para mí que me figuré reunido en ese cuerpecito así inexistente todo el horror que hasta ahora había visto. Nunca lo he olvidado y creo que ese día aprendí de una sola lo distintas que son la piedad y la maldad."
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