Miguel Murado [Miguel-Anxo Murado]
agradable encuentro, una hermosa sorpresa. Leyendo hoy las reflexiones sobre lo sucedido en Libano, en la VOZ DE GALICIA, me llamo la atencion la lucida mirada de Miguel Murado. Y ello me llevo a dar con su Blog y descubrir una maravilla de inteligencia critica y poesia enhebrandolo todo.
El articulo que publica LA VOZ DE GALICIA:
ANÁLISIS Los fallos que han desencadenado el ataque
Una misión de paz que no lo parece
La ambigüedad de la misión de la ONU en el Líbano y los errores en el trato con la población han colocado a las tropas españolas en una posición insostenible
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(Firma: Miguel Murado Lugar: madrid)
Es fácil profetizar una vez que ya ha ocurrido la desgracia, pero esto se veía venir. Hace pocas semanas, sentados en un restaurante de la Corniche, el paseo marítimo de Beirut, el español que más sabe del Líbano, Tomás Alcoverro, me contaba con preocupación que las tropas españolas se estaban equivocando. Mientras por la avenida pasaba algún vehículo militar, el veterano corresponsal iba relatando una serie de incidentes en los que se notaba el despiste de la misión española en el Líbano. Aquí algunos medios y algunos políticos repetían la cantinela de siempre: «Caemos de maravilla», pero allí los periódicos no entonaban el «Que viva España». La culpa no es de los soldados españoles, seis de los cuales han muerto sinceramente convencidos de estar participando en una misión de paz como las que salen en los anuncios de reclutamiento de la televisión, todo sonrisas de niños y palmadas en la espalda. Pero el problema es que esta misión de paz, como tantas otras, sólo es una misión de paz a medias. A un lado de la frontera Para empezar, son unas fuerzas de interposición que sólo están desplegadas de un lado de la frontera y no del otro. ¿Por qué? Porque esta operación fue un compromiso muy complejo para favorecer a Israel y al Gobierno de Fuad Siniora. Los israelíes, incapaces de liquidar a Hezbolá en su guerra del verano pasado, necesitaban desesperadamente una tregua para proseguir con sus crisis internas. El Gobierno Siniora, por su parte, quería una fuerza que lo protegiese de Israel primero y, más adelante, de Hezbolá. El resultado es que las supuestas tropas de interposición se han convertido en la práctica en una especie de «ocupación de baja intensidad». Hezbolá ha tenido que tolerarlo, porque tampoco ellos estaban en condiciones de continuar la guerra, pero saben que los extranjeros están ahí para controlarlos y, a la larga, para desarmarlos. Fatah al-Islam Eso no quiere decir que hayan sido ellos los autores del ataque, y de hecho lo han condenado. Todo apunta a algún grupo independiente interesado en crear caos en un país que ya está al borde el precipicio. Quizá Fatah al-Islam, que ahora mismo mantiene un pulso violento con el ejército libanés y estaría encantado de incendiar el sur del país. Pero al final todo viene a parar en lo mismo: la sensación de que estas tropas extranjeras están en el Líbano para lo mismo que los americanos en Irak. No es cierto, pero no basta que no lo sea, también tendría que parecerlo. La presencia anglobritánica en Bagdad y Basora ha creado un universo icónico, un repertorio de situaciones e imágenes que, repetidas por las televisiones una y otra vez, acaban por desdibujar los matices de cada misión en concreto. Igual que aquí todo acto de terrorismo o de violencia política es lo mismo, en muchos países árabes toda intervención militar occidental es lo mismo también. ¿Por qué les ha tocado a los españoles? En primer lugar, lo cierto es que la suya es una zona mala. Hablamos del Líbano chií profundo, del corazón mismo de Hizbullahstán . En esta tierra todavía caliente por las bombas, los españoles cometieron errores políticos incompresibles, como colocar cámaras frente a las casas de los líderes de Hezbolá (los pillaron, por supuesto). Cometieron errores sociológicos, como tratar de cortar el contrabando de tabaco desde Siria, floreciente desde que los israelíes, a pocas horas de la tregua, regaran el sur del Líbano con bombas de racimo para que los agricultores no pudiesen cultivar en años. Ese es un sitio duro. Es allí, en Nabatiye, donde cada año los chiíes se golpean la cabeza hasta sangrar en recuerdo del martirio del imán Hussein. Es una comarca curtida por el contrabando, por la guerra y por veinte años de ocupación israelí. El lugar donde se ha producido el ataque fue la sede del Abu Ghraib israelí, la infame prisión de Khiam, donde Israel torturaba sin piedad a milicianos y civiles. Y es también el lugar donde cuatro observadores de la ONU murieron el verano pasado bajo las bombas israelíes. Sí, el sitio es duro. Es un cruce de dos carreteras peligrosas en ese punto negro que es el Líbano, el barrio más peligroso de ese suburbio bronco que es Oriente Medio, un banlieu parisino en el que los hooligans no están en la calle quemando coches, sino que están en el Gobierno. El Ejército español puede ser profesional y bienintencionado, pero el Líbano es otra cosa. Sobre todo si quien le manda a uno allí (en este caso, el Consejo de Seguridad de la ONU) no le dice con claridad para qué lo manda y a hacer exactamente qué.
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