“Si vives lo suficiente, te pasa de todo”
Alfredo Vidal ha sido protagonista fundamental en la historia de la música leonesa
Alfredo Vidal durante una actuación en la última edición del Villamajazz. RAFA SANTOS
L. Castellanos/ León
Alfredo Vidal no le gusta nada que el foco le dé en la cara y le destaque demasiado. Le encanta el rincón y en él se refugia siempre. Huye de cualquier etiqueta y a estas alturas de su vida, ya sexagenario, se emplea a fondo en el arte del quite a la presunción y la vanidad. “Me la vas a liar”, contesta con su retranca habitual al requerimiento del periodista. No quiere más luces que las justas y las necesarias y seguir en lo suyo con la calma de siempre, sin acelerones. El Villamajazz, el festival de jazz y swing de Villamañán, le rinde tributo este fin de semana. El dictará la conferencia inaugural este viernes —“prefiero que los colegas se acuerden de uno que los de Hacienda, que ya lo hacen bastante...”, señala con esa ironía tan propia de su carácter, que se alumbró en tierras bercianas y luego ha ido oreándose en numerosos paisajes— y ya el domingo se aupará al escenario, donde se desenvuelve con especial soltura, al frente de su actual proyecto, Los Gatos Swing, grupo de vocación abierta y exquisito sonido que ahonda en sonidos de raíz manouche y se deja mecer por aires franceses.
En tiempos donde todo se vende y se ampara la mediocridad en celofán de color y pirotecnia variada, la dilatada trayectoria personal y creativa de Alfredo Vidal sobresale precisamente por el carácter discreto en el que se ha desenvuelto. Son numerosos los méritos y las referencias que la articulan, pero el músico leonés los ha vivido desde la proximidad, sin amplificaciones que los desvirtuaran y sordo a cualquier alharaca. El ha sido pieza fundamental en la historia de la música leonesa, con contribuciones decisivas en el terreno del jazz sobre todo (sin olvidar su labor en el mundo de la fusión, el folk o la música étnica, entre otras aportaciones), viviendo su oficio bajo el dominio del silencio y el sosiego. Porque a Alfredo Vidal no le va mucho el grito desmesurado o el ‘yo estoy aquí’ macarra sino el trabajo minucioso y paciente del artista detallista y constante sumido en una carrera de fondo que prosigue sin fin.
La cultura leonesa le debe mucho, aunque sus comisionados oficiales siguen ciegos ante tanto logro como Alfredo Vidal ha ido atesorando. Probablemente por pertenecer a lo que él mismo denomina ‘la cultura de los aledaños de la cultura en C mayúscula” (el sarcasmo que no falte...). Quizás por carecer del conocimiento suficiente para valorar empresas creativas de la entidad de Almacén de Caramelos, el primer gran grupo de jazz de León que desplegó su acción a finales de los 70 y principios de los 80 — “no sé si fue un grupo importante pero sí soy consciente de que todos nosotros dimos el paso de hacer jazz a nuestra manera, desde la más supina ignorancia pero aprendiendo sobre la marcha y con ganas de hacer esa música”—, la variedad de bandas en la que se ha ido manejando a lo largo de las últimas décadas para insistir en una idea nómada y mestiza de la música y necesitada del riesgo para singularizarse (ahí están sus trabajos jazzísticos y de música improvisada, como Colectivo 1, la primera experiencia de jazz que hubo en León, El Combo de Sara, Ndong, Yayabo, Los Tachindas o Los Majataba Hermanos; aquel espectáculo audiovisual llamado Musulmanía que ponía en contacto a diferentes culturas; el abrazo que propinó a la música latina a través de Cohíba; o, entre otras cosas, la colaboración que sostuvo con la cantante sahariana Aziza Brahim), su labor en los principios de Teatro Corsario (de la que surgió una curiosa banda, la Orquesta Polar) o los estrechos vínculos que mantiene actualmente con poetas como Juan Carlos Valle o Guillermo Fernández. “Si vives lo suficiente te acaba pasando de todo”, indica Alfredo Vidal a propósito de una biografía tan abundante en datos y detalles y sometida sin disimulo al compromiso con su tiempo y la realidad social.
Alfredo Rodríguez Vidal es hijo de berciano y maragata. Nació en Toral de los Vados y luego pasó parte de su infancia en una venta de caminos, a escasa distancia de Astorga. Posteriormente, la aventura de su vida le citó en numerosos rincones que se agitaban convulsos por el efecto de la historia reciente de este país: en Valencia (ciudad a la que acudió para estudiar Bellas Artes pero que abandonó por una puñalada que el destino propinó a su entorno familiar), en León, por supuesto, donde quedó definitivamente aposentado (en su juventud trabajó como diseñador de Diario de León en uno de sus primeros oficios, tiempo que coincidió con la muerte de Franco), en Tenerife (donde también maquetó el Diario de Avisos hasta que un lance sindical le devolvió a casa y llegó a tocar con un grupo autóctono de música latina, Chácara, cuyo repertorio se revestía de la carga política que exigía la época)... Lo de peregrinar le viene de sangre: su padre fue ferroviario; su abuelo carretero. “Algo se me habrá pegado”. Se ha entrelazado a diferentes movimientos sociales (es uno de los ‘históricos’ del CCAN) para denunciar el abuso y condenar cualquier forma de totalitarismo. Ha ejercido como maestro... Ha vivido con indiscutible vehemencia y sin dejar una gota en el vaso, apurando cada momento y estrujando toda forma de libertad.
Y ha tocado la guitarra. Mucho. Siempre. Fue miembro de Asfalto (”los Asfalto leoneses”, concreta) y también de Barrio Húmedo, afamado grupo leonés que fue bandera de la música folk en la provincia a comienzos de los 70. Pero sobre todo ha sido en León un trashumante vocacional al que la música le ha desvelado numerosos caminos. “La gente siempre me dice: en qué música no te has metido. Yo les respondo en broma: es que siempre tocó la misma escala. En una ciudad tan pequeña como León ocurren milagros de vez en cuando que vienen propiciados en numerosas ocasiones por situaciones penosas, como que tengan que venir aquí inmigrantes por las condiciones tan difíciles que tienen en su país de origen. El músico, a mi modo de ver, es mitad persona y mitad personaje. A veces cambio de personaje. Cuando veo que una cosa es interesante, cuando encuentro músicas que tienen una verdad y una raíz, intento hacerlas mías o por lo menos entrar en ellas. Dicen que la curiosidad mató al gato y mi padre también decía que el que es aprendiz de todo es maestro de nada. No obstante, yo me quedo con la figura del aprendiz de todo. Siempre se aprenden cosas”. Y efectivamente, Alfredo Vidal ha andado enredado en numerosas aventuras en complicidad con músicos procedentes de otras tierras, “la mayoría de estas experiencias nacen y desaparecen rápidamente por la condición que tienen esos que sí son trashumantes, que hoy están aquí, pero mañana ya no. Mientras están, trabajo con ellos y también con los casa”.
El músico leonés lo confiesa abiertamente: “Sí, soy un poco trashumante. Mi ideal era haberme movido mucho y me ha pasado como a Tartarín de Tarascón, que me he quedado aquí viviendo los viajes de otros, pero yo desde aquí también he emprendido mis propios viajes musicales”.
Alfredo Vidal no le gusta nada que el foco le dé en la cara y le destaque demasiado. Le encanta el rincón y en él se refugia siempre. Huye de cualquier etiqueta y a estas alturas de su vida, ya sexagenario, se emplea a fondo en el arte del quite a la presunción y la vanidad. “Me la vas a liar”, contesta con su retranca habitual al requerimiento del periodista. No quiere más luces que las justas y las necesarias y seguir en lo suyo con la calma de siempre, sin acelerones. El Villamajazz, el festival de jazz y swing de Villamañán, le rinde tributo este fin de semana. El dictará la conferencia inaugural este viernes —“prefiero que los colegas se acuerden de uno que los de Hacienda, que ya lo hacen bastante...”, señala con esa ironía tan propia de su carácter, que se alumbró en tierras bercianas y luego ha ido oreándose en numerosos paisajes— y ya el domingo se aupará al escenario, donde se desenvuelve con especial soltura, al frente de su actual proyecto, Los Gatos Swing, grupo de vocación abierta y exquisito sonido que ahonda en sonidos de raíz manouche y se deja mecer por aires franceses.
En tiempos donde todo se vende y se ampara la mediocridad en celofán de color y pirotecnia variada, la dilatada trayectoria personal y creativa de Alfredo Vidal sobresale precisamente por el carácter discreto en el que se ha desenvuelto. Son numerosos los méritos y las referencias que la articulan, pero el músico leonés los ha vivido desde la proximidad, sin amplificaciones que los desvirtuaran y sordo a cualquier alharaca. El ha sido pieza fundamental en la historia de la música leonesa, con contribuciones decisivas en el terreno del jazz sobre todo (sin olvidar su labor en el mundo de la fusión, el folk o la música étnica, entre otras aportaciones), viviendo su oficio bajo el dominio del silencio y el sosiego. Porque a Alfredo Vidal no le va mucho el grito desmesurado o el ‘yo estoy aquí’ macarra sino el trabajo minucioso y paciente del artista detallista y constante sumido en una carrera de fondo que prosigue sin fin.
La cultura leonesa le debe mucho, aunque sus comisionados oficiales siguen ciegos ante tanto logro como Alfredo Vidal ha ido atesorando. Probablemente por pertenecer a lo que él mismo denomina ‘la cultura de los aledaños de la cultura en C mayúscula” (el sarcasmo que no falte...). Quizás por carecer del conocimiento suficiente para valorar empresas creativas de la entidad de Almacén de Caramelos, el primer gran grupo de jazz de León que desplegó su acción a finales de los 70 y principios de los 80 — “no sé si fue un grupo importante pero sí soy consciente de que todos nosotros dimos el paso de hacer jazz a nuestra manera, desde la más supina ignorancia pero aprendiendo sobre la marcha y con ganas de hacer esa música”—, la variedad de bandas en la que se ha ido manejando a lo largo de las últimas décadas para insistir en una idea nómada y mestiza de la música y necesitada del riesgo para singularizarse (ahí están sus trabajos jazzísticos y de música improvisada, como Colectivo 1, la primera experiencia de jazz que hubo en León, El Combo de Sara, Ndong, Yayabo, Los Tachindas o Los Majataba Hermanos; aquel espectáculo audiovisual llamado Musulmanía que ponía en contacto a diferentes culturas; el abrazo que propinó a la música latina a través de Cohíba; o, entre otras cosas, la colaboración que sostuvo con la cantante sahariana Aziza Brahim), su labor en los principios de Teatro Corsario (de la que surgió una curiosa banda, la Orquesta Polar) o los estrechos vínculos que mantiene actualmente con poetas como Juan Carlos Valle o Guillermo Fernández. “Si vives lo suficiente te acaba pasando de todo”, indica Alfredo Vidal a propósito de una biografía tan abundante en datos y detalles y sometida sin disimulo al compromiso con su tiempo y la realidad social.
Alfredo Rodríguez Vidal es hijo de berciano y maragata. Nació en Toral de los Vados y luego pasó parte de su infancia en una venta de caminos, a escasa distancia de Astorga. Posteriormente, la aventura de su vida le citó en numerosos rincones que se agitaban convulsos por el efecto de la historia reciente de este país: en Valencia (ciudad a la que acudió para estudiar Bellas Artes pero que abandonó por una puñalada que el destino propinó a su entorno familiar), en León, por supuesto, donde quedó definitivamente aposentado (en su juventud trabajó como diseñador de Diario de León en uno de sus primeros oficios, tiempo que coincidió con la muerte de Franco), en Tenerife (donde también maquetó el Diario de Avisos hasta que un lance sindical le devolvió a casa y llegó a tocar con un grupo autóctono de música latina, Chácara, cuyo repertorio se revestía de la carga política que exigía la época)... Lo de peregrinar le viene de sangre: su padre fue ferroviario; su abuelo carretero. “Algo se me habrá pegado”. Se ha entrelazado a diferentes movimientos sociales (es uno de los ‘históricos’ del CCAN) para denunciar el abuso y condenar cualquier forma de totalitarismo. Ha ejercido como maestro... Ha vivido con indiscutible vehemencia y sin dejar una gota en el vaso, apurando cada momento y estrujando toda forma de libertad.
Y ha tocado la guitarra. Mucho. Siempre. Fue miembro de Asfalto (”los Asfalto leoneses”, concreta) y también de Barrio Húmedo, afamado grupo leonés que fue bandera de la música folk en la provincia a comienzos de los 70. Pero sobre todo ha sido en León un trashumante vocacional al que la música le ha desvelado numerosos caminos. “La gente siempre me dice: en qué música no te has metido. Yo les respondo en broma: es que siempre tocó la misma escala. En una ciudad tan pequeña como León ocurren milagros de vez en cuando que vienen propiciados en numerosas ocasiones por situaciones penosas, como que tengan que venir aquí inmigrantes por las condiciones tan difíciles que tienen en su país de origen. El músico, a mi modo de ver, es mitad persona y mitad personaje. A veces cambio de personaje. Cuando veo que una cosa es interesante, cuando encuentro músicas que tienen una verdad y una raíz, intento hacerlas mías o por lo menos entrar en ellas. Dicen que la curiosidad mató al gato y mi padre también decía que el que es aprendiz de todo es maestro de nada. No obstante, yo me quedo con la figura del aprendiz de todo. Siempre se aprenden cosas”. Y efectivamente, Alfredo Vidal ha andado enredado en numerosas aventuras en complicidad con músicos procedentes de otras tierras, “la mayoría de estas experiencias nacen y desaparecen rápidamente por la condición que tienen esos que sí son trashumantes, que hoy están aquí, pero mañana ya no. Mientras están, trabajo con ellos y también con los casa”.
El músico leonés lo confiesa abiertamente: “Sí, soy un poco trashumante. Mi ideal era haberme movido mucho y me ha pasado como a Tartarín de Tarascón, que me he quedado aquí viviendo los viajes de otros, pero yo desde aquí también he emprendido mis propios viajes musicales”.
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