miércoles, septiembre 17, 2014

SOBRE LA PAZ Y LA VIOLENCIA

SOBRE LA PAZ Y LA VIOLENCIA



MARTIN LUTHER KING 2
Se ha escrito mucho sobre las penurias materiales causadas por las políticas de austeridad (desempleados sin prestaciones, niños malnutridos, familias desahuciadas, suicidios, represión judicial y policial), pero no se ha hablado de los daños morales. En las últimas décadas, la sociedad española había desterrado la violencia como medio para realizar objetivos políticos, acostumbrándose a convivir sin estridencias y rechazando la tendencia a deshumanizar al adversario. Solo el conflicto vasco continuaba produciendo un dolor absurdo, inmoral e innecesario, pues el tiempo ha demostrado que el anhelo independentista puede encauzarse por vías exclusivamente pacíficas y democráticas. Al mismo tiempo que la izquierda abertzale renunciaba a la violencia, la sociedad española empezaba a fantasear con una guerrilla urbana capaz de combatir los abusos del neoliberalismo. Solo era una fantasía, pero las letras de raperos incendiarios celebrando el piolet de Ramón Mercader evidenciaban un creciente desprecio por la vida humana. Es evidente que no se puede condenar la violencia en términos absolutos, pues en los casos de una injusticia estructural que institucionaliza la violación de los derechos humanos, no cabe otra opción que enfrentarse al poder por cualquier medio. Hasta la Iglesia Católica reconoce el derecho de resistencia para acabar con una “tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente contra los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común”.  En la España actual, se ha llegado a unos niveles preocupantes de desigualdad, corrupción y represión, pero aún hay vías políticas para luchar por un cambio pacífico e incruento. Un tiro en la nuca o un coche bomba nunca podrán ser una alternativa ética, sino el punto de partida de una espiral de crueldad e ignominia. Siempre es preferible el camino de la resistencia civil no violenta, no solo por razones morales, sino porque casi siempre produce cambios más profundos y duraderos. Es cierto que Martin Luther King y Nelson Mandela no consiguieron terminar con las desigualdades, pero lograron abolir las leyes que establecían una odiosa segregación racial. En cambio, la revolución rusa desembocó en un Estado totalitario, cumpliéndose las tempranas profecías de Rosa Luxemburgo sobre la intolerancia bolchevique. A pesar de los intentos de rehabilitar a Stalin, solo unos pocos insensatos consideran que el dictador georgiano es una figura más edificante que Martin Luther King, mártir de los derechos humanos.
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Yo he nadado en las aguas del radicalismo, pero ahora considero que algunos de mis textos revelan una notable irresponsabilidad. Immanuel Kant no se equivocaba al hablar del factum o dictado de la conciencia, una voz interior que protesta enérgicamente cuando nos desviamos de lo ético y humano. Gracias a ese malestar, podemos repudiar nuestros errores. Pedir perdón no significa humillarse, sino liberarse de un pasado que exige una rectificación. Los que son incapaces de dar ese paso, nunca saldrán del círculo infernal del odio y el rencor. La crisis ha dejado a muchas familias desamparadas, pero su sufrimiento no se aliviará con actos de violencia. Es más sensato protestar como ciudadanos, implicándose en proyectos transformadores y solidarios. La sociedad de consumo nos ha educado para gastar dinero en banalidades, pero no para compartir. Si el Estado no provee, incumpliendo sus obligaciones, la ciudadanía debe acudir al rescate de los que han perdido toda esperanza. No albergo convicciones religiosas, pero creo en la necesidad de buscar la verdad, pues –como apuntó Karl Jaspers- “la verdad es aquello que nos une”. La verdad no es un dogma, sino una interrogación permanente que apunta hacia una libertad real, efectiva. Pensar que la libertad es un privilegio individual constituye un error, pues la libertad solo se materializa en una sociedad sin espacio para la desigualdad, la explotación o la opresión. El capitalismo nunca proporcionará una libertad real. La historia nos ha enseñado que produce acumulación y miseria, privilegios y exclusión, satisfechos y marginados. Además, no es posible extender su modelo por todas las naciones sin provocar una catástrofe planetaria. De hecho, las guerras en curso están motivadas por el control de los recursos energéticos y sus rutas comerciales, pues son la clave de una economía basada en el consumo y el despilfarro. Ignacio Ellacuría, teólogo de la liberación asesinado en 1989 por los militares salvadoreños, afirmó que para superar una civilización gravemente enferma hay que “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”. ¿Cuál es esa dirección? El progreso hacia una utopía llamada “civilización de la pobreza”, que consiste en “un estado universal de cosas en el que está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y [en el caso de los creyentes] con Dios”. La “civilización de la pobreza” no se hará realidad con una simple declaración de intenciones. Por un lado, hay que luchar activamente para “crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital”. Por otro, hay que cultivar “la solidaridad compartida en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza”. Según Ellacuría, la historia solo puede subvertirse desde abajo, lo cual significa que el potencial transformador y utópico no se encuentra en las naciones ricas y poderosas, sino en el Tercer Mundo. Dicho de otro modo, la redención de la humanidad solo puede venir de los oprimidos: “La espléndida experiencia de las comunidades de base […] como factor de transformación política, el ejemplo no puramente ocasional depobres con espíritu que se organizan para luchar solidaria y materialmente por el bien de sus hermanos, los más humildes y débiles, son ya prueba del potencial salvífico y liberador de los pobres”. Walter Benjamin formuló una perspectiva semejante, aunque con un acento exclusivamente secular: “Solo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza”.
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La solidaridad nos mueve hacia los pobres, débiles y excluidos, pero son ellos, con sus ansias de vida y su resistencia a ser explotados, humillados y postergados, los que nos enseñan que la injusticia no prevalecerá, que las mayorías populares algún día se liberarán de sus cadenas y que la utopía de la fraternidad y la mesa compartida se realizará en la historia, neutralizando las tendencias más destructivas del ser humano. Las utopías son peligrosas cuando se convierten en dogma, pero actúan como una fuerza liberadora al manifestar que otro mundo es posible. No espero gran cosa de los partidos políticos. La disciplina del euro ha destruido la soberanía de los pueblos de Europa y el pacto fiscal garantiza la continuidad de los recortes. Las iniciativas ciudadanas son la forma más ética de resistir a la Europa neoliberal: movimientos sociales, organizaciones solidarias, campañas de desobediencia civil, centros sociales autogestionados, escuelas libres, consumo responsable y sostenido. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca es un ejemplo de que sí se pueden cambiar las cosas desde una posición ética y no violenta. En La condición humana, Hannah Arendt escribió: “El acto más pequeño en las circunstancias más limitadas lleva la simiente de la misma ilimitación, ya que un acto, y a veces una palabra, basta para cambiar cualquier constelación”. No menospreciemos los pequeños actos y su poder transformador. Rosa Parks hizo un pequeño gesto que sirvió de chispazo al movimiento por los derechos civiles. Un pequeño gesto es un acto de creatividad y la creatividad es una de las mejores cualidades de la especie humana. No desperdiciemos un recurso capaz de alumbrar utopías y sembrar la esperanza en una humanidad abatida y desencantada.
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RAFAEL NARBONA

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