martes, junio 14, 2016

Eva Heyman



Eva Heyman


Web oficial de Adolfo García Ortega - Otra Galaxia - Eva Heyman










19 de mayo
Cae en mis manos un libro singular titulado ‘He vivido tan poco’ (Ned Ediciones). Es el diario que escribió una niña de trece años llamada Eva Heyman en los tres meses previos a su deportación a Auschwitz, en mayo de 1944, desde la ciudad húngara de Varad (hoy Oradea, Rumanía). El texto es propio de una adolescente; está lleno de observaciones y comentarios precisos y atinados sobre el mundo que la rodeaba y sobre su vida de niña que despierta a la vida, a los conflictos, al amor y a la turbulencia de los hechos adultos. Es un diario excepcional en sí mismo, por su asombrosa madurez y gracilidad. Sin embargo, no sería más que el diario de una chica avispada y pizpireta…si no hubiera muerto como murió. A lo sumo, sería el diario de una narradora en ciernes. Pero la muerte lo cambió todo: la sabida deportación de cientos de miles de judíos húngaros a partir del verano de 1944 y su posterior asesinato en los campos de exterminio, convierten a este diario en una pieza inmortal, en un símbolo, en una luz, en una obra ‘necesaria’. Tan necesaria como lo son hoy en día los diarios de Ana Frank o de Hélène Berr, hallados y publicados después de sus respectivos asesinatos.
El diario de Eva Heyman nos trae a Eva Heyman en toda su realidad y nos sume en su percepción de las cosas. Nos hace como ella. Nos hace cómplices de su vida. Poseemos sus secretos, optamos por sus opiniones, temblamos con sus mismos temores y ansiedades. Igual que sucede con los de Ana Frank o Hélène Berr (esta algo mayor que las otras dos pero igual de bondadosa e inocente), es un texto que plasma la evolución del viaje diario hacia la asunción de la anormalidad como parte de la normalidad. En el diario de Eva Heyman, esa ‘anormalidad normal’ son hitos terribles, como cuando el 19 de marzo del 44 los alemanes invaden Hungría; o el 29 de marzo los nazis empiezan a requisar a los judíos, paulatinamente, todos sus objetos, primero la ropa de cama, luego las máquinas de escribir, luego bicicletas y cazuelas, luego radios y libros, luego la ropa de vestir y la plata, etcétera; o el 31 de marzo les obligan a llevar la estrella amarilla cosida a la ropa. Los tres diarios de de esas niñas inocentes hablan con una fría normalidad de lo que ocurre a su alrededor en aquella época y leerlos hoy, sabiendo lo que aconteció posteriormente, produce un inevitable escalofrío de horror y de piedad. Cuentan con naturalidad el cataclismo social y político del momento y relatan la destrucción de los judíos europeos con un insólito sentido de la fatalidad.
En ‘He vivido tan poco’ (título puesto por Agi, la madre de Eva, quien editó los diarios en los años sesenta y posteriormente se suicidó), Eva habla por igual de hechos personales, familiares o de su entorno, ajenos al devenir que el destino la tenía preparado. Sucesos como la pérdida de la farmacia de su abuelo Racz, o el comportamiento de su histérica madre, o el apunte de su primer enamoramiento, o el traumático divorcio de sus padres, o la presencia fantasmal de su amiga Marta, llevada a Polonia unos meses antes que ella, delatan la vida intensa que Eva Heyman experimentaba a sus trece años. Una vida que la publicación de su diario rescata por encima de toda muerte y cuya lectura actual sirve para que, como pedía el escritor húngaro Imre Kertész, Auschwitz no sea un ‘recuerdo muerto’.
Auschwitz siempre será ‘vida no vivida’. El diario de Eva Heyman es un libro que nos avisa de una escritora, de una narradora muy talentosa. ¿Habría sido escritora, de haber sobrevivido a los campos? ¿Habría sido fotógrafa de prensa, como dice ingenuamente que quería ser? Da igual lo que hubiera sido, el caso es que no lo fue. Esa es la clave. Fue cercenada para que no existiera más. Esa es la vida que se volatilizó, que no volverá. La vida no vivida que se desparrama en Auschwitz como el agua se cuela por los dedos de una mano. Al leer diarios como este de Eva Heyman, se nos brinda la oportunidad de ser conscientes de la enorme cantidad de vida que no volverá, que se perdió por generaciones. Justo es recordarlo. Y obligatorio. Ya el título alude a ello: ‘He vivido tan poco’, que equivale a denunciar ante las generaciones futuras que la brevedad de una vida corta es más breve aún cuando se extermina brutal y gratuitamente.
En la Hungría de final de la guerra, más 480.000 judíos húngaros son asesinados a partir del verano de 1944. Suponen la última gran bolsa de judíos que pasará por Auschwitz, ya al final, cuando ellos mismos creían que se habían librado, que la cosa no iba con ellos. Pero, ¿de qué ‘cosa’ se trataba? No lo sabían muy bien, desconocían la verdadera suerte del resto de judíos europeos. Cierto que les llegaban rumores y oían la BBC de Londres advirtiendo de los campos de exterminio, pero pensaban que era propaganda antipatriótica (y los judíos húngaros eran, antes que judíos, patriotas húngaros); y cuando pudieron tener una información veraz, los nazis les quitaron los aparatos de radio. No sabían, por tanto, nada de Auschwitz ni de los campos polacos. Y quienes lo sabían, lo ocultaron para que no cundiera el pánico entre los judíos. Por eso, los 480.000 judíos húngaros vivían en una relativa ignorancia. El diario de Eva Heyman da fe de esa burbuja en la que existían. La última anotación data del 30 de mayo del 44. Eva llega a Auschwitz el 3 de junio. Muere el 17 de octubre. De edades parecidas, hay un inevitable paralelismo entre Imre Kertész y Eva Heyman. Probablemente ambos coincidieron en ese campo aquellos meses. Kertész vivió y pudo escribir sus libros y recibir el Nobel. Eva, no. Nunca sabremos si la vida le habría deparado a ella algo parecido. Auschwitz mató el futuro.

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